Ernesto Cabrera
Inolvidables las tímidas lucecitas de la pasada navidad cargadas de nostalgias y miedos, los parques con apenas unos cuantos caminantes a metros, temerosos y confundidos…, esa navidad será sólo un mal recuerdo.
Tanto cambiamos que yo refrendé el camino tomado hace años, me volví amante de la vida cotidiana y la disfruto al máximo, vivo lo irrelevante, lo significante, ahora la empresa y la universidad no son el todo, son el paso apenas y así lo considero un regalo. Dejé de odiar porque olvidé las ofensas, perdone, me perdone y pedí perdón.
Ayer frente a la morada eterna de mi primo Ale, sentí que ya no estaba confundido, es el designio de la vida, los hermosos recuerdos me provocaron alegría antes que dolor y con nostalgia agradecí por los años pasados y entender que el cumplimiento y el saber en lo que resta será ese regalo.
Poco me importa ahora lo que en los últimos 40 años me preocupó. Pasaron tantas navidades, pero ninguna como esta que llega, es el renacer, el despertar, la evidencia de la cristiandad y la ciencia y con ellas la alegría en cuerpo y espíritu. De hecho, soy básicamente optimista, siempre gané.
Cada navidad desde niño y bajo las luces de color en los árboles, sentí felicidad. La sentí también corriendo al parque del barrio y viendo las ventanas pintadas y los farolitos… creí que no saldría de allí.
Crecí y cambiamos de barrio y de ciudad, creí que todo pasaría, pero no lo fue, aún ahora tengo sensaciones saludables y felices cuando en la calle veo las luces titiritar, las bolitas multicolor irrompibles y la gente pasar contagiando con su afán y su alegría… puedo estar allí la noche entera porque es perfecta para mí. Todo me interesa, todo es bello y apuesto por una luz nueva cada noche.
Son tantos los insignificantes imaginarios callejeros que brotan las más internas emociones en mí y que como dice mi mujer “parece un tonto”, cuando extasiado me detengo en un semáforo al saltimbanqui que hace maromas hasta el cielo, los recicladores gastando tacón, locutores sin voz animando, parqueadores esporádicos, alentados pensionados, perros callejeros, vendedores de loterías, pintorescos orates, panaderías con olor a pan, locuaces ciervos de la palabra de Dios, jovencitas posudas de modelo, gente que corre y vende de todo, gente que se reconoce en cada vitrina, gente que va y viene, gente. Creo que no tengo “repollo” (que es lo único que detesto) por lo que hace la gente en su vida. Repaso, veo y escucho a la vendedora de bollos en Neiva, al lustrabotas de la plazoleta del Rosario en Bogotá, el mimo del paseo Bolívar en Barranquilla, el timbalero de san Fernando en Cali, la estatua humana de Berrio, la “chupetera” de Girón y ayer al sacerdote del cementerio la Colina de Bucaramanga. Todo es vida aún en presencia de la muerte.
Y es que aprendí hace uno años en la fría San Petesburgo, cuando la gloria suprema me advirtió en otra lengua que Dios estaba allí y dejé de sentirme intruso en las iglesias ortodoxas. Desde entonces interpreto que es tiempo de todo y de todos, nada ni nadie es extraño, es el tiempo ordinario y pasan cosas ordinarias.
Ahora es navidad y que sea como cuando niños, apostando por más luces y el árbol más grande. Que esta vez sea tan grande y luminoso como la confianza que cada uno tenga de su propia vida.
¡Feliz Navidad!