ANA MARIA MATUTE
elnacional.com
Como reportera asignada a la fuente de Cancillería tuve el privilegio de conocer a mucha gente de ese sector. Para aquel entonces, finales de los años ochenta, los funcionarios que trabajaban en el Ministerio de Relaciones Exteriores eran de carrera y me di el lujo de aprender de muchos.
Siempre me interesó la política exterior y fue mi inspiración para mi doctorado en Ciencias Políticas. Pero mi principal atención estaba en las fronteras con Venezuela, los países que forman su vecindario y las historias que nos unen o nos separan.
Tuve oportunidad de conversar off the record con los negociadores del diferendo colombo venezolano; participé en los diálogos de paz con la guerrilla de las FARC cuando se instalaron en el instituto IDEA; conocí a Mugabe y cubrí reuniones del Grupo de los No Alineados; y hasta fui a Surinam.
El invitado de honor para los actos de conmemoración de la independencia de Surinam era Venezuela. Como el presidente Rafael Caldera no podía viajar a Paramaribo, mandó a su canciller (en el segundo mandato), Miguel Ángel Burelli Rivas.
A mí me tocó ese número. Era un viaje de un día, pero yo era veinteañera y esos trotes no eran nada para mí. Para la ocasión escribí unas páginas centrales en El Universal sobre Surinam. Al día siguiente me di el lujo de publicar una foto del canciller en la avioneta leyendo mi trabajo desplegado. Cosas del ego periodístico.
En Paramaribo nos recibieron con honores, incluso a los periodistas. Es como cuando a una fiesta de cumpleaños llega el patriarca, el hermano mayor o el que tiene más dinero. Los países del Caricom sienten esa admiración por Venezuela, pero no gracias al difunto Chávez.
Nuestra relación con el Caribe es de más vieja data. Desde que Carlos Andrés Pérez se dedicó a cultivar la amistad, fomentar el intercambio comercial y darles petróleo subsidiado con el Acuerdo de San José. Fue CAP, no Chávez, el arquitecto de ese apoyo ciego que heredó luego el difunto, aunque lo que hizo fue simplemente repartir cheques.
CAP fomentaba el comercio. Recuerdo que una vez se firmó un acuerdo y, como es lo correcto, les dieron a los periodistas copia del documento. De ociosa me puse a leer la lista de productos que serían beneficiados con bajos aranceles y me sorprendí de que importaríamos aguacates de Santa Lucía. ¡Como si necesitáramos! Pero esos eran los negocios.
Desde ese entonces los países del Caricom han acompañado a Venezuela en todas las votaciones en los organismos internacionales. Y Chávez se benefició de eso. La chequera ha podido tanto que el jefe actual del régimen sigue cobrando favores, aunque no sabe ni dónde queda Surinam.
Ahora Surinam cambia de color. Los periodistas Anatoly Kurmanaev y Harmen Boerboom escribieron para The New York Times que la era del dictador Desi Bouterse llegó a su fin. Y además, que el recién electo sucesor en la Presidencia, Chan Santokhi, tiene todas las intenciones de borrar lo que hizo el régimen pasado.
Una de las diferencias es en las amistades. Al parecer Santokhi no comulga con el autoritarismo y no está dispuesto a apoyar regímenes dictatoriales como el que impera en Venezuela.
Por más pequeño que sea este país, que no llega ni al millón de habitantes, perder un voto en las actuales circunstancias internacionales en las que se encuentra el régimen, siempre es algo que debería preocuparles.
Y aunque no se manifieste un apoyo de manera concreta a la lucha democrática venezolana, siempre entra un fresquito saber que el jefe del régimen se queda cada día más solo.