36 años atrás, el propio Pelusa protagonizaba una historia de amor y odio con el club catalán. Peleado con el presidente de turno, desembarcaría en Nápoles, donde se convertiría en Dios. Acá la recordamos.
Maxi Espejo/Ole/Internacional.
El planeta futbolero está revolucionado. Porque Lionel Messi brindó la noticia del año y, por qué no, de la última década en lo que al ambiente deportivo se refiere. El 10 argentino le comunicó a la dirigencia catalana que no quiere seguir en Barcelona. Una bomba con todas las letras. Y en Olé aprovechamos para recordar cómo fue el paso y la salida –por la puerta de atrás como pasó con otros grandes jugadores– de Diego Maradona por este mismo club, hace 36 años.
Luego del Mundial de 1982 en España, donde Argentina no pudo defender el título de campéon del mundo, llegó el primer gran desafío en un club europeo para Diego. Barcelona había pagado ocho millones de dólares por su ficha y él armó las valijas para llevar su magia al Viejo Continente. Argentinos y Boca quedaban atrás en su creciente carrera.
A lo largo de casi dos años, si bien ofreció notables pinceladas de su genialidad, Maradona estuvo lejos de sentirse en su casa, con un problema tras otro. Un amor inicial entre las partes que fue lentamente desvaneciéndose.
¿Motivos? Primero, de entrada, su poco feeling con el DT alemán Udo Lattek. «Lattek te hacía laburar con pelotas medicinales, las medicine ball de ocho kilos, de arco a arco. Un día le tiré una al cuerpo, y le dije: ‘Oiga, míster, escúcheme una cosa, ¿por qué no lo hace usted una vez, a ver cómo se siente mañana?'», relató en su conocido libro Yo Soy el Diego. Al poco tiempo, llegaría el Flaco Menotti para sustituir al entrenador teutón.
Luego, aconteció una hepatitis -a fines de diciembre de 1982- que lo dejó fuera de las canchas por tres meses. Ya en la vuelta, a pesar de haber quedado cuartos en la Liga (el campéon fue Athletic Bilbao), Maradona y compañía se coronaron en la Copa del Rey y Copa de Liga, ganando en sendas oportunidades ante Real Madrid.
Y en una de ellas se vio tal vez el mejor gol de Maradona en Barcelona: toda su jerarquía de manifiesto para hacer estrellar al rival Juan José contra uno de los postes en su inútil afán por frenarlo. Lo aplaudieron hasta los hinchas del Merengue.
Mientras su nivel futbolístico iba en ascenso, la relación con el presidente Josep Núñez comenzaba a tener cortocircuitos. Un recordado conflicto se dio cuando desde la dirigencia catalana le negaron a él y al alemán Bernd Schuster ir a la despedida de Paul Breitner -cercana a una de las finales mencionadas antes- y el propio Diego se encargó de hacer trizas un trofeo Teresa Herrera en señal de protesta.
«¿Así que el presidente no quiere dar la cara? Yo voy a esperar cinco minutos… Si no me dan el pasaporte, esos trofeos que están acá, que son divinos, que son de cristal, los voy a tirar uno por uno. Casaus (vicepresidente) me rogaba: ‘No, Dieguito, no podés. Agarré un Teresa Herrera, hermoso, y lo interrogué por última vez a Casaus. ¿No me da el pasaporte? ‘No, el presidente dice que no’.Levanté lo más que pude el trofeo y lo tiré…. ¡Puuummbbb! Hizo un ruido… ‘Tú-estás-loco’, me dijo Schuster», recordó en su famosa autobiografía. Un Diez en su máximo esplendor, con cáracter, contra el poder de turno.
Meses más tarde, fue lamentablemente protagonista la terrible patada del vasco Andoni Goikoetxea que le fracturó el tobillo izquierdo a Diego. 106 días fuera de las canchas -con recuperación que fue récord de la mano del doctor Oliva- y regreso en enero de 1984 para encarar el resto de la temporada. Un final de temporada que tendría en el centro de la escena al presi Núñez y al Bilbao, ya un equipo archienemigo de los Culés.
«La cosa es que mi paso por Barcelona terminó siendo nefasto. Por la hepatitis, por la fractura, por la ciudad también,
«Igual el problema no estaba en la cancha, sino afuera. Uno de los tantos encontronazos que tuve con Núñez fue porque no me dejaba hablar. Sí, no me dejaba hablar con un periodista en especial, José María García, que lo criticaba mucho a él. Yo igual hablaba, con García, con Pérez, con Magoya, yo hablaba para la gente… La cosa es que me llama un día y me dice:
‘Le prohíbo darle notas a García. Yo le dije que no, que a mí no me prohibía nada, que mientras yo me entrenara y jugara, que para eso había firmado el contrato, él no me podía prohibir nada. Le dije que no me había comprado la vida. ¡Para qué! Se puso como loco», rememoró en su citado libro sobre otra de las peleas con el mandamás del Barsa. Claramente, eran el agua y el aceite.
En el final de esa temporada 83- 84, los Vascos se quedaron nuevamente con la Liga y con la final de Copa del Rey ante Barcelona, que terminó en escándalo. Pica de larga data que estalló de la peor forma: serie de piñas y patadas entre los jugadores, con Maradona involucrado, y una posterior sanción de tres meses que jamás cumplió por su traspaso al Napoli de Italia, donde sí sería Dios. Ese hecho y su nula empatía con la cúpula dirigencial -acusando a Núñez de incluso promover campañas en su contra- terminaron acabando con su estadía en Barcelona.
«La cosa es que mi paso por Barcelona terminó siendo nefasto. Por la hepatitis, por la fractura, por la ciudad también, porque yo soy más… más Madrid, por la mala relación con Núñez y porque allí en Barcelona arranca mi relación con la droga (…) Después del escándalo, me decidí definitivamente y pegué un portazo. Del otro lado dejé un contrato en blanco, que me ofrecía el vicepresidente Joan Gaspart.
De atrás, Cyterszpiller (su representante) me susurraba: ‘Dale, dale, ponela y nos quedamos… ‘.Yo le dije muchas gracias y me fui. No tenía ni idea hacia dónde«, resumió el luego astro futbolístico en el Mundial de 1986. Una etapa que no estuvo acorde a sus expectativas iniciales.
El ciclo de Maradona en Barcelona se apagó antes de lo esperado, con sólo dos títulos y 38 goles en 58 partidos. Muy poco para quien tiempo después se convertiría en el mejor del mundo. Hoy, en otra época y por otros motivos, Messi ya busca un nuevo destino para continuar su estratosférica carrera deportiva.