“Cada especie de gobierno alimenta dentro de sí un cierto vicio que es la causa de su ruina”
MARIA JOSE PIÑEIRO
diarioestrategia.cl
En el último año una gran mayoría de chilenos han salido a las calles con consignas y carteles, cantan alegres e inclusivas canciones en pro de mejoras sociales, personalidades de diferentes comunas del país enarbolan sus varas atribuyéndose ser fieles conocedores de la realidad de los chilenos; la televisión y la prensa informa de lo que sucede cada vez más alejada de su código deontológico, diferentes grupos organizados tras cuentas de redes sociales invitan a miles de jóvenes a participar de la causa, a hacerse selfies históricas, a lo que se suman escenas de violencia y descontento, de la mañana a la noche todo es diferente, todo cambió, y al menos en nuestro país no fue a raíz de la pandemia, que es sólo un aditivo a lo que ya había comenzado.
Vale la pena preguntarse ¿qué ha pasado con nuestra democracia?
Nuestra democracia se ha visto desacreditada y cuestionada, la clase escogida (independiente del sector político que represente) por los mismos chilenos en los últimos 30 años, que con la misión de representar, construir y mejorar nuestra república, ha caído en el dilema del mantenimiento de la organización misma, su supervivencia en cuanto a organización y, con ello, la salvaguarda de las relaciones de poder existentes (Panebianco, 1982) perdiendo el papel de mediador, de procuradores de equilibrio ante las demandas muchas veces enfrentadas. Lo anterior, ante los ojos de ciudadanía los ha convertido en cleptócratas, nepotistas y clientelistas.
Por consiguiente, se despertó el instinto básico de poder de la naturaleza humana, una última línea de defensa, alimentar mediante promesas etéreas a la ciudadanía, apelando a los instintos, a las profundidades de la naturaleza humana, a los sentimientos, en base a arengas apasionadas y gastados exordios.
Polibio, historiador griego, 200 años antes de cristo señalaba que “el reino se pierde por la tiranía, la aristocracia por la oligarquía y la democracia por el poder desenfrenado y violento de las masas” (Sierra, 2014) . Polibio, partiendo de las ideas de Aristóteles, y su estudio de Roma, lugar al cual tuvo la oportunidad de viajar en varias ocasiones, recorriendo parte de sus dominios, elaboró una clasificación de las formas de gobierno que se había dado la humanidad, dentro de la novedad del planteamiento de Polibio se encuentra no sólo explicar las formas de gobierno sino sus posibles degradaciones de acuerdo con las estructuras de poder.
Al referirse a la democracia como forma de gobierno señala que las decisiones de gobierno son tomadas por el pueblo (ciudadanos) que legitima al gobernante (la representación mediante la elección).
Lo más interesante del planteamiento de Polibio en nuestros días, es el concepto de oclocracia que sería la degeneración de la democracia. Oclocracia, en su planteamiento corresponde a cuando las decisiones no las toma el pueblo sino la muchedumbre (entendidos los conceptos en la actualidad pueblo que serían ciudadanos y muchedumbre como multitud de personas).
Para Polibio la muchedumbre es manipulada por algunos actores, decide sin información suficiente lo que cree que le conviene, traducido al lenguaje contemporáneo, sería algo así como el gobierno de la gente de la calle, o sea, un régimen en el cual se constata el debilitamiento del liderazgo político, teniendo estos que recoger las sugerencias de la muchedumbre para mantenerse en el poder.
Para Polibio, Los regímenes oclocráticos no representan los intereses del pueblo, los oclócratas no buscan el bien común, sino que tratan de mantener el poder a través de la legitimidad obtenida por medio de la manipulación de los sectores más ignorantes de la sociedad. La oclocracia, en este orden de ideas, es consecuencia de la demagogia, y fruto de las emociones irracionales con las que el gobernante trata de incidir en las decisiones de los ciudadanos. La oclocracia se nutre de los prejuicios, de las ilusiones, y reivindicaciones (Beltri, 2018). Los oclócratas requieren, para conseguir sus objetivos, del control de los medios educativos y de comunicación: la oclocracia produce una falsa ilusión de que el régimen obedece a la voluntad popular, sin que los ciudadanos comprendan que dicha voluntad, si proviene de la desinformación, no existe. La democracia requiere del conocimiento: la oclocracia se nutre del rencor y la ignorancia. (Beltri, 2018)
La oclocracia según Polibio, se caracteriza por tres fenómenos: primero, un tipo específico de violencia denominado desde la Antigüedad “hybris” y caracterizado por una violencia específica. En segundo lugar, la ilegalidad o “paronimia” que se asienta sobre la violación reiterada de la ley y su consecuente neutralización de la justicia. Por último, lo que clásicamente se ha denominado la “tiranía de la mayoría”, que pretende sustituir la democracia representativa mediante un sistema plebiscitario. (Padilla, 2015)
En los sistemas democráticos representativos, las elecciones son el mecanismo central de la toma de decisiones políticas. Como se señaló al comienzo, los votantes cada vez son más escépticos en lo que respecta a la efectividad de la democracia y su capacidad para ser representados pertinentemente. Una de las razones para este escepticismo se debe, a que los sistemas democráticos han postergado a un grupo social cada vez más amplio de ciudadanos, que carecen de conocimiento político.
Es por ello que, desde el desconocimiento de lo político, de la falta del saber de cómo funcionan los sistemas políticos y los regímenes de gobierno, surgen el rencor y la ignorancia, lo que lleva a una supuesta voluntad popular que no busca sino satisfacer los deseos de quien la manipula; que no razona, que se deja guiar al abismo, de una nación que no sabe mirar al futuro.
Para finalizar, dos breves reflexiones, primero Polibio vivió hace más de dos mil años, pero sus observaciones sobre la sociedad y su comportamiento se muestran cercanas. Polibio no imaginó la existencia de grandes buques a propulsión solo conocía barcos a remo; sin embargo, tenía muy claras las causas que pueden cerrar un puerto. Y segundo, el valor de la formación humanística en nuestro mundo y en nuestras enseñanzas (universitarias o no) cada vez es más cuestionado y menos apreciado. Sin embargo, el estudio de los clásicos y de los bienes culturales, es decir, las humanidades “continúan teniendo una tarea social y política que cumplir. Los hombres necesitamos construir renovadamente un mundo humano (lo que en el lenguaje de la tradición se ha llamado siempre la ciudad, la polis), un mundo que no sea desvirtuado por las luchas de las facciones, que no se vea amenazado por la autodestrucción provocada por una tecnología irreflexiva, un mundo en que tenga cabida la auténtica libertad y no el capricho antojadizo y aventurero. Para ello, necesitamos de una orientación que nos señale cuáles son las metas requeridas y cuáles los medios para alcanzarlas. En otras palabras, nuestra praxis cotidiana tiene que ser iluminada por la teoría, y específicamente por una teoría tal que comprenda cuáles son las exigencias y las condiciones de la acción y de la creación libres. Esta es la función social irrenunciable de las humanidades. (Barceló, 1982)