Netflix trajo a Medellín el recuerdo de aquello lo que la ciudadanía intentaba olvidar, una narcoguerra que separó familias y causó miles de muertes entre los ochenta y los noventa. Ahora la ciudad renace, dispuesta a dejar atrás el pasado.
El portal publico.es de España ha publicado una fascinante información del periodista Queral Castillo Cerezuela, que conlleva la histórica y aún dominante presencia del capo de la droga desde Colombia al mundo.
En la famosa Comuna 13, antaño cuna de sicarios ahora reconvertida en nicho turístico, en alguna tienda se venden camisetas con la cara del narco más famoso del planeta, Pablo Escobar. Medellín no tiene nada que ver con la ciudad más violenta del mundo que era en los años noventa, pero la sombra del patrón lo impregna todo y no está dispuesta a marcharse en silencio.
Por si no fuera suficiente la herencia de una sociedad quebrada, llena de heridas difícilmente cicatrizables y un legado que se escribe con un reguero de sangre (en 1991, en Medellín se registraban 7.273 asesinatos, una tasa de 266 homicidios por cada 100.000 habitantes y se convertía así en la ciudad más violenta del mundo), Netflix no ha hecho más que empeorar las cosas, meter el dedo en la llaga, poner de moda a un personaje al que muchos en Colombia, pero especialmente en Medellín, esperan borrar de la memoria.
Antioquia, donde está la ciudad, es uno de los departamentos más productivos de Colombia, pero a la vez una de las más desiguales. El sector del turismo en Medellín, el segundo centro económico más importante de Colombia después de Bogotá, ha avanzado hasta convertirse en el tercer destino turístico para extranjeros que visitan el país, pero sus habitantes no quieren ese turismo a cualquier pecio. Los narcotours que ofrecen visitas a la Hacienda Nápoles, la tumba de Escobar y los sitios más emblemáticos que aparecen en la serie se suceden, a pesar de la mala cara de las instituciones y de una buena parte de esa población que quiere olvidar y que, además, no ve un duro de esos beneficios.
En la Alcaldía de Medellín llevan años preguntándose, ¿por qué hay que volver al relato del pasado? «Porque hay una herida que sigue abierta y es necesario hacer un duelo colectivo para cerrar una etapa que marcó profundamente a nuestra sociedad. Para rendir homenaje a las víctimas y a los héroes. Para hacerle frente al estigma y para cambiar los referentes de ilegalidad entre niños y jóvenes», dice Manuel Villa Mejía, secretario saliente de la Alcaldía de la ciudad (el gobierno cambió en enero). Esos son los ejes: reconocimiento de víctimas y héroes, resignificación, educación, arte, cultura, medios y turismo.
«Medellín abraza su historia es una estrategia del consistorio que busca hacer un alto en el camino para, como sociedad y ciudad, mirar hacia atrás y poder entender qué fue lo que nos pasó y para entender ese pasado doloroso de la época del narcoterrorismo de la época de Pablo Escobar. Queremos completar la narrativa, para darle luz a los que estuvieron en la sombra y para darles voz a los que estuvieron en el silencio, para honrar a las víctimas y los valientes y para sanar una herida y provocar una reflexión cultural y volver a reivindicar los valores que la mafia nos trastocó», destaca Villa.
Víctor Ortiz, miembro de la Academia Antioqueña de Historia coincide: «Hemos dejado que los demás contaran la historia por nosotros». Tiene 39 años y pertenece «a esa generación de niños que madrugábamos para ir al colegio sin saber si íbamos a regresar«. Vivió los ochenta y los noventa de las bombas, de los sicarios, de la muerte del patrón y de la lucha entre paramilitares y guerrilleros por controlar los barrios y los callejones. Finalmente, la dispersión de las pandillas. Delante del Museo Casa de la Memoria insiste: «Hemos dejado atrás la violencia y no queremos hacerle apología, no queremos más series. Muchos de nosotros trabajamos por otra ciudad, por otra imagen. No queremos tapar el sol con el dedo y por eso nos enfrentamos a la historia de la ciudad».
En diciembre de 2017 una foto escandalizaba a la capital antioqueña: tres contratistas de la Alcaldía de Medellín, identificadas con los distintivos institucionales, se hacían un selfie con Jhon Jairo Velásquez, Popeye, mano derecha y jefe de los sicarios de Escobar. «Fue complejo de manejar para la Alcaldía. Yo, como habitante de esta ciudad, lo vi con gran indignación», dice Ortiz. Las contratistas pidieron disculpas y en un arranque pedagógico, Federico Gutiérrez, en aquel momento alcalde de la ciudad, no las despidió, sino que les dio un paseo por el Museo Casa de la Memoria con varios medios de comunicación. Aprendieron la lección, y no solo las contratistas.
Dos años más tarde del incidente, el 23 de febrero de 2019, se demolía el Edificio Mónaco, la lujosa mansión de Escobar en el centro de Medellín. Significó un antes y un después en la reconstrucción de la memoria de la ciudad y actualmente alberga un parque conmemorativo dedicado a las víctimas de la narcoguerra.
Inversiones en movilidad y cultura
Todos los cambios, sin embargo, han venido acompañados de una actuación coordinada por parte de todas las instituciones de la ciudad. A mitad de la década de los noventa, la ciudad dijo basta y se puso manos a la obra para trabajar en una transformación integral a partir de proyectos urbanísticos que fomentasen sitios de encuentro entre una ciudadanía en aquel momento dividida. En una ciudad sobrepoblada, enclaustrada en un valle con siete millones de habitantes y unos cerros poblados de familias vulnerables y con bajos recursos económicos que huían de la guerra en las zonas rurales, la idea de transformar la ciudad se antojaba, cuanto menos, compleja.
En 1995 se inauguraba el metro de Medellín (exterior, no subterráneo) y mejoraba notablemente la movilidad de la población; pero la revolución llegaría en 2004, con la inauguración del primer metrocable para uso masivo del mundo y que actualmente es utilizado por 50.000 ciudadanos al día. Hoy, en 2020, la ciudad consta de más de 80 kilómetros de servicio con una tarifa base de 80 centavos de dólar, todo integrado: un tranvía, dos líneas de metro y seis líneas de teleférico (la sexta tenía que ser inaugurada en febrero, pero se ha retrasado) que llegan a donde antes no llegaba nadie. «En 1995 le dijimos a la ciudad: ‘crea que es posible’. Hicimos campañas vinculantes, emotivas, que querían tocar la fibra a la gente. Pusimos en marcha la cultura metro, que pasa por ser corporativos con el usuario, con nosotros mismos y con el entorno», dice orgulloso Jairo Gutiérrez, gerente de gestión social del Metro de Medellín. «Otra cosa muy buena es que los diferentes alcaldes que han venido sucediéndose han mantenido las políticas, a pesar de ser de diferentes partidos políticos, y han mantenido el mismo criterio de desarrollo de la ciudad», asegura.
Luis Pérez, en aquel momento alcalde de Medellín y ahora gobernador de Antioquia, visitó diferentes ciudades europeas para asesorarse y desde las instituciones se encargaron de explicar el proyecto a la ciudadanía: un sistema de metrocable para mejorar la accesibilidad de los cerros. Funcionan desde las cuatro de la mañana hasta las once de la noche y tienen un único objetivo: desarrollar las zonas más rurales de la ciudad, lo que en Medellín se identifica con los estratos 1,2 y 3, donde vive la gente más pauperizada y más vulnerable a la violencia.
«El metrocable ha permitido jalonar la presencia del Estado trayendo desarrollo y otros proyectos colaterales de salud, vivienda y generación de empleo», dice Gutiérrez. Y ese es sólo uno de los proyectos: las escaleras mecánicas de la Comuna 13, uno de los epicentros de violencia de la ciudad, así como la rehabilitación de lo que ahora es la Plaza Botero, antaño degradada hasta límites insospechados, o la apuesta por los espacios verdes y las zonas de recreo como Parques del Río, son algunos de los ejemplos del tesón de una ciudad por mirar hacia adelante.
Cerca de Salón Málaga, uno de los emblemas de la ciudad y famoso por el café, uno de los mejores del país, según se cuenta, José, de 45 años llega a la estación de tranvía cargado de botellas de plástico. «Si traigo 91 botellas, se acumulan 50 pesos en la tarjeta cívica, lo que equivale a dos pasajes». Esta intenta ser la nueva Medellín, una ciudad en la que puedes intercambiar botellas por pasajes de metro, una de las iniciativas más aplaudidas de la ciudad.
Unos kilómetros más arriba, en la Comuna 13, el Rapza rapea ante los turistas y la Crew muestra sus habilidades en el hip-hop en plena calle. El Chota sale a pintar algunos de los murales más espectaculares de la ciudad, ahora mundialmente conocidos gracias a los grafitours que se organizan. El arte urbano y el color se apodera, poco a poco, de unas calles antaño teñidas por la violencia y los disparos de aquellos, la mayoría, que buscaban sobrevivir entre balas. La sombra de Pablo Escobar continúa siendo muy larga, pero no parece que vaya a parar a los planes de este enclave de clima agradable de empezar de nuevo.
CON INFORMACION:s.publico.s/ acimedellin.orh/alcaldiademedellin.gov.co/