Cavilando
ERNESTO CABRERA TEJADA
Corríamos para llegar de primero, era un estadio de tribunas móviles y abierto, era nuestro estadio.
Mientras los grandes escenarios del país vivían la fiesta del fútbol que seguíamos por la radio, un dirigente de esos que surgen de entre los sectores populares, hizo una marcha invitando a llevar un ladrillo y entonces la polvorosa cancha vivió su inicio de estadio…
Lo que importaba era que allí jugaban nuestros ídolos del fútbol local, los mismos salidos de las barriadas y que caminaban las calles como nosotros, pero ellos jugaban y eran buenos y nosotros corríamos a verlos y en el intento de asemejarles.
Allí soñamos un día a la selección Colombia y los equipos profesionales, con jugadores a nuestro gusto y disgusto que movían nuestras emociones, y con ellas una oportunidad a nuestros jugadores en nuestra cancha, en nuestro estadio.
Por las épocas del mundial de México y la ilusión del 86 para Colombia nos motivó y quisimos aprender más en la cancha y fuera de ella. Asistíamos a ver a nuestro equipo en la B o la C no recuerdo, eran los nuestros y los queríamos tanto que era inadmisible no seguirlos a ese campo pelado con avisos de grama, a nuestro estadio.
Con los juegos nacionales de 1980 se inauguró una obra asombrosa, un estadio con graderías y camerinos, cabinas de prensa y total gramado. La retina de los apoteósicos juegos olímpicos de Moscú y la magia televisiva dejaron tantas ganas que la colorida y novedosa coreografía montada por el profesor ecuatoriano Ernesto Armendáriz nos hizo felices y nos puso a vivir una realidad soñada, nuestro estadio de fútbol.
Una década después llegó la notabilidad de nuestro equipo, una respuesta a tanta ilusión. Ahora en nuestro estadio público, el momento nos enseñaba las respuestas de la conexión con la dimensión política y humana, el equipo era una respuesta al estadio, estábamos en la primera profesional, el proceso de la civilización era evidente aquí, estadio, equipo, aficionados y tantas quimeras volviéndose reales, nos sentimos una sociedad moderna y no era de cuento, era palpable y de gran valor.
Estar en la élite del fútbol profesional con poder y dinero, y un estadio público, nos llevó a internacionales torneos, la idílica afición se hizo fanática permanente y con ella los sueños cumplidos.
A mis 25 años cantando goles me hice comunicador social y periodista y fui por varios estadios en mi trabajo y disfruté evidenciando que la mejor posibilidad de vida en una ciudad como la nuestra y para un niño hecho joven y ahora adulto y profesional está en un estadio, un estadio que genera pasión por el fútbol y también por la vida y la vida son las personas.
Aprendí que con el equipo vas entre alegrías y tristezas, te ausentas y vuelves, eso es propio del fútbol, pero el estadio siempre está allí no importa que estés abajo o estés arriba, el estadio siempre está allí, nos pertenece.
En mi sentir estudioso de las comunicaciones me encontré con lo semiológico del fútbol, y del más profundo significado y significante del gol, pasado por el balón, la cancha, los arcos y las mallas, las líneas y los colores, los banderines y los uniformes, los guayos y las muñequeras, maletines y hasta cintas kinesiológicas… y todo ese marketing que liga, he entendido que lo público orienta las practicas sociales, es definitivo, llegamos a donde llegamos porque lo hicimos público y con ello vinieron los sentires y las interpretaciones que nos trasforman.
Esto último es parte de la finalidad de esa comunicación académica, de enseñanza: es explicar y entender como el sentir o esa dimensión pasional subyace de la semiótica – objeto de lo público.
Pues no es ni más ni menos cierto que cuando lo público confluye arrastra todo hasta lo que no es público y lo hace público, el estadio es público pero el equipo no, sin embargo, el estadio es el medio simbólico de ello y lo figura y lo hace ganancioso a todos, es nuestro equipo en nuestro estadio. Si tienes estadio tienes equipo, si tienes equipo vas al estadio y si vas al estadio encuentras gran parte de las emociones que te da la vida y que fortalece tu proyecto de vida.
Ahora han pasado casi cinco años de un día en que el sueño de crecer el estadio cómo el equipo lo era, de repente se fue.
La tragedia hizo presencia en la ilusión de las modernas obras y vino el drama arrastrando la vida de varios trabajadores, hinchas quizás, una proyectada remodelación sucumbió, una tribuna intervenida cayó y con ella la ilusión y la alegría de niños y adultos, hombres y mujeres perdían un símbolo de su ciudad y con ella la imposibilidad como práctica social de volver al estadio. Se acabó.
Los señalamientos escudaron a los responsables. Varias generaciones han sido condenadas a vivir sin la motivación de su sueño, de su estadio. La vida práctica del entorno se desvaneció y hasta el equipo volvió al descenso.
Un sondeo entre actores de esta sociedad permite una interpretación de lo acontecido, admite un reconocimiento de afectación social representado en las frustraciones de los ciudadanos todos, empaquetados en escuelas, colegios y universidades, empresas, comercio e industria.
El devenir nos angustia con el coronavirus, el oxidado proceso del caído estadio y un equipo tan ausente como hace 40 años, afectan.
Desde nuestro medio seguimos en la investigación de esos procesos semiológico de reconocimiento de estados emotivos provocados por pasiones como el fútbol, los equipos y los estadios, y que son fundamentales en el proyecto de vida de nuestros sucesores.
Los procesos pasionales en la construcción de lo público trascienden especial importancia porque explican como el individuo se fortalece y se adapta para asumir su rol en la sociedad.
* Este documento surge del derrumbe de una gradería del estadio “Guillermo Plazas Alcid” de la ciudad de Neiva en Colombia. La estructura debe demolerse. La investigación jurídica sigue, la nuestra, la semiológica también y va como ponencia al congreso mundial de semiología 2021 presentada por estudiantes de la UNAM -Mexico.