La semana pasada viajé a Noruega para asistir a un congreso sobre libertad de expresión. Como era de esperarse, la desinformación estuvo en el centro de varias discusiones. Era el elefante en la sala. «¿Quién debería asumir la mayor parte de la culpa de la crisis de desinformación que enfrenta el mundo?», nos preguntó el moderador de una de las sesiones, un académico de Filipinas, y nos invitó a votar por la mejor respuesta a través de un control remoto.
Las opciones eran: a) los creadores de noticias falsas y bodegas en redes sociales; b) las fuerzas políticas que financian operaciones de noticias falsas; c) los gobiernos encargados de formular políticas de regulación de internet; d) las plataformas tecnológicas dueñas de las redes sociales; e) los medios de comunicación tradicionales; y, finalmente) f) el público en general.
Mientras pensaba en la respuesta, miré por la ventana. Parte del evento tuvo lugar en Utoya, una pequeña isla a dos horas de Oslo, donde hace doce años un extremista de derecha asesinó a 69 personas, la mayoría adolescentes que asistían a un campo de verano del partido laborista. Este lugar ocupa un lugar especial en la historia de Noruega y, tras el atentado, han buscado convertirlo en una especie de bastión de la democracia: un símbolo de que valores como la tolerancia, la igualdad y la diversidad no deben darse por sentados.
El paisaje en un día de primavera estaba dominado por el contraste entre un cielo azul claro brillante y un verde profundo, intenso, que brotaba del bosque nórdico. En medio del trance, me invadió repentinamente una sensación de tranquilidad. Entonces, volví a mirar el control remoto que tenía en las manos y apreté uno de los botoncitos grises con total libertad… Tú, ¿qué opción elegirías?