La fábula colombiana crea personajes inverosímiles que, con nuestra anuencia, se nos mezclan entre realidad y ficción, como sucede desde hace más de veinte años con el emblemático programa radial de la tarde: La Luciérnaga. Fuentes de inspiración tienen permanentemente, para su fortuna, los libretistas del espacio, quienes utilizan la sátira periodística para hacernos reír, un rato, de nosotros mismos.
El último escándalo mediático les ‘regaló’, por suerte para ellos, un personaje digno de esas historias macondianas en las que no se sabe, a ciencia cierta, cuál se burla más de los colombianos, si el destornillado Benedetti del programa o el desvergonzado exfuncionario (¿o aún funcionario?) que ‘incendió’ medio país a punta de maquiavélicas filtraciones sobre sus conversaciones, que culpó luego a ‘la rabia y el trago’, para irse tranquilamente, en medio del fuego que atizó, a presenciar la final de la Champions League en Estambul, como si se tratase de sacudir sencillamente un pelo en la solapa de su saco.
El exembajador en Venezuela (¿o aún embajador?) dinamitó la gobernabilidad de la administración Petro, apenas encajando en el manejo de un Estado al que siempre combatió, confirmando la clase de truhan que ha sido. El presidente nos debe esa explicación: ¿cómo termina un tipo de ese pelambre convertido en su mano derecha en la campaña presidencial?
No necesita salir a decir que no es un presidente que se orina en los pantalones, esos arrebatos de macho sobran.
Y de Benedetti saltamos a la ‘Niña Mencha’, quien apareció en su camioneta 4×4 en la capital del sol, Miami, cargando contra los medios de comunicación y los periodistas, a los cuales nos graduó de ‘miserables’. ¿Desde cuándo Margarita Rosa de Francisco se convirtió en un faro moral de los colombianos? ¿Acaso no fue ella una niña consentida, precisamente, por los ‘poderes’ que ahora sataniza? ¿Los privilegios alcanzados -merecidos, seguro- no provinieron de los canales que ahora condena? La ideología, en este caso, nubla la memoria.
La crítica es bienvenida, claro que sí, pero señalar a los medios como culpables significa ponerles la diana en la espalda. Y ya sabemos eso cómo termina.