Lo que caracteriza a vacunas Pfizer y Moderna es que son vacunas de ARN mensajero. No revierten peligro alguno.
Las vacunas tradicionales consisten en inocular a la persona con un patógeno atenuado (capaz de infectar y multiplicarse, pero no de producir la enfermedad), un patógeno inactivado (que no puede infectar) o proteínas del virus para estimular al sistema inmune. El objetivo es el mismo: desarrollar una respuesta inmunitaria que proteja frente a futuras infecciones.
ARN mensajero sintético creado en el laboratorio, el cual contiene una copia de parte del código genético viral. Este ARN mensajero se introducirá en nuestras células y permitirá a la maquinaria celular poder fabricar la proteína viral directamente, la cual se presentará en la membrana celular y estimulará al sistema inmune.
Uno de los rumores más extendidos dice que las vacunas de ARN pueden modificar nuestro genoma y causar daños desconocidos e irreparables. Sin embargo, lo cierto es que no es posible que este tipo de vacunas pueda alterar nuestro ADN. Las razones no son pocas.
Lo primero que hay que tener en mente es que cada vez que el virus infecta de forma natural una célula se producen millones de ARN mensajeros. Sin embargo, esto no supone ningún riesgo para nuestro ADN.
La molécula de ARN es muy frágil –tanto, que estas vacunas tienen que conservarse a temperaturas bajísimas– y el tiempo que permanece en las células es muy corto (horas).
Por lo tanto, este ARN no se va a quedar dentro de la célula tiempo suficiente como para poder hacer algo más que producir la proteína del virus y desaparecer.
Imaginemos que por arte de magia este ARN mensajero puede permanecer dentro de las células un tiempo indeterminado. El siguiente paso para poder alterar nuestro ADN sería poder interactuar con él y esto no ocurre. ¿Por qué? Pues simplemente porque hay una separación física entre ellos: el ADN se encuentra en el núcleo de la célula y el ARN estaría en el citoplasma.
Es cierto que hay ciertos ARN que pueden viajar al núcleo, como por ejemplo los del virus de la gripe, pero para ello deberían contener una información genética determinada que permitiría la participación de proteínas muy específicas, algo que nada tienen que ver con los ARN usados en este tipo de vacunas.
Imaginemos que este ARN es capaz de viajar al núcleo y ponerse frente a frente con nuestro genoma. Tampoco pasaría nada, porque la secuencia de ARN mensajero usada en la vacuna no puede integrarse en el genoma. Para ello el ARN tendría que convertirse en ADN lo cual solo es posible mediante una enzima especial denominada transcriptasa reversa.
En resumen, cualquier ARN que se encuentre con una transcriptasa reversa no va a convertirse en ADN. Por lo tanto, si el ARN de la vacuna se encontrase con nuestro genoma no podría llegar a integrarse.
Imaginemos que el ARN mensajero de la vacuna fuera finalmente capaz de convertirse en ADN, viajar al núcleo e integrarse con el genoma. Lo que con más probabilidad pasaría es que tendríamos una célula que empezaría a producir la proteína del SARS-CoV-2 utilizada como antígeno por lo que sería reconocida por el sistema inmune y destruida inmediatamente.
Si realmente se descubriera la forma de modificar nuestro genoma simplemente inyectando secuencias de ARN mensajero sería un gran avance en el campo de la terapia génica.
En resumen, no hay ninguna evidencia científica en base a lo que conocemos sobre biología molecular que indique que el ARN mensajero usado en las vacunas frente a la COVID-19 pueda tener la capacidad de alterar nuestro genoma. El problema viene cuando se usa y comparte información incompleta o simplemente no cierta.
Jose M Jimenez Guardeño, Investigador en el Departamento de Enfermedades Infecciosas, King’s College London y Ana María Ortega-Prieto, Postdoctoral research associate, King’s College London
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