En la Convención Nacional Demócrata un tema ronda “Los demócratas a los que Donald Trump ha vencido”. Hillary Clinton, Joe Biden y el riesgo que lo haga con Kamala Harris.
La Clinton, excandidata que cayó ante Trump en 2016, con su pasionario discurso no escapó el deseo vengativo. La ex nunca será presidenta, pero está ansiosa por ver a Kamala Harris alcanzar lo que ella no.
El presidente Joe Biden aparece como otra víctima de Donal Trump. Biden es el presidente, pero solo representa el pasado. Biden ha sido utilizado y descartado, traicionado por su partido y él lo sabe, lo ha dejado fuera de servicio.
Trump terminó la carrera de Biden no solo en esa fatídica noche de junio en la TV, cuando las heridas del presidente fueron en su mayoría autoinfligidas y genero algo de compasión, pero fue el inicio del final la ventaja de Trump se volvió tan imponente que el presidente en ejercicio se vio obligado a abandonar la carrera. Trump destruyó el último sueño de Biden de seguir como fantasma en la Casa Banca por cuatro años más. Ahora al interés, las casas de apuestas o empresas de sondeos hacen su “agosto”, se toman los medios y ponen cifras a su antojo, alimentan el mórbido enfrentamiento entre demócratas y republicanos.
Si antes Trump aparecía contundente y prácticamente invencible de repente las cifras de los apostadores de encuestas que casi nunca están en lo cierto ponen a la candidata demócrata por delante, una estrategia de mala información desde la desinformación, análisis sobre minúsculas pero fiables preguntas que apenas miden una ligera intensión, pero muy distantes de la realidad. Sinembargo sobrellevan la tensión de patrocinadores y electores en juego con los medios que “sacan su tajada”. Son muy pocos en quienes se puede creer.
El desastre Biden comenzó llegando a Washington en 2020, se amparó en medios pagados y con altas dosis de hipocresía, demonizó a los republicanos sin descanso durante toda su administración y con ello a más de la mitad de los estadounidenses. Cuatro años después está peor de incompetente, su voz trémula e interrumpida lo hace ver sin pensamientos que intenta disimular, sus silencios muestran su ausencia. Sus incapacidades fueron el tormento sobre el que Trump construyó. Ahora Biden solo representa el pasado, se despidió gritando “¡La democracia ha prevalecido, la democracia ha cumplido y ahora la democracia debe ser preservada!”. Sus intereses familiares exigen que mantenga la paz con el partido que lo traicionó, el mismo que permitió que Donald Trump lo derrotara antes de que se emitiera la primera votación.
Biden en su acto final entregó la nominación a su vicepresidenta Kamala Harris, un reemplazo fortuito escondido en una mujer negra, hermosa y de enorme sonrisa que en Israel sembraba árboles de niña y de adulta ¿los ha cambiado por bombas?, una mezcla de alegría e incertidumbre de alguien que nunca ha ganado nada.
Y junto a Harris, Hilary Clinton la otra derrotada por Trump, a sus 76 años, vigorosa, aguda pero aburrida y desagradable. También llegó Michel Obama, a la sombra de su marido con un alentador discurso antirracista, una voz de aliento a más derechos y más subsidios.
Harris la elegida, goza de poco aprecio por su manera de trabajar como atestiguan las experiencias infelices de cientos de exempleados. Aun así, terminarán abrazándola, la necesidad perdona y vuelven por el político que les ha castigado.
Donal Trump y Kamala Harris, una guerra electoral que apenas comienza y que apunta con ventaja al primero, una maquina asociada a mucho simbolismo que hace que hasta los demócratas lo reconozcan cuando lo promocionan como una amenaza a la «democracia».