En el Roland Garros más extraño de la historia, el balear sometió a Novak Djokovic (33): 6-0, 6-2 y 7-5, en 2h41m.
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Lo hizo castigando al número uno con una determinación imprevista, se diría que violenta. Le expulsó de la tierra batida, de París, y así determinó la realidad de las circunstancias: Djokovic será la primera raqueta del circuito, pero en el Bois de Boulogne manda Nadal.
Aquí se ha adjudicado cien partidos, y solo ha cedido dos. Y ya ha alcanzado los veinte Grand Slams, tantos como Roger Federer, algo que, el balear dixit, le importará a muchos, que no a él.
–Ese dato os interesa a vosotros, y lo entiendo. Pero yo vivo en mi propia realidad. Cuando toda esta historia acabe, ya lo hablaremos –contaba a los periodistas días atrás
Djokovic ya se quería ir de la Philippe Chatrier. El serbio nunca se hubiera imaginado que el escenario, gélido, semivacío y húmedo, iba a convertirse en una cámara de torturas. Nunca había sido capaz de entrar en el partido. Nadal se lo prohibió.
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