Venezuela tuvo la gasolina más barata del mundo hasta principios de marzo de 2020.
Ese mes, cuando los primeros casos de covid-19 estaban por reportarse, el suministro de combustible se agravó en todo el país. Caracas –que pocas veces ha sufrido de escasez de gasolina, como sí lo han padecido los estados fronterizos Táchira y Zulia– se llenó de largas filas de carros que bordeaban las calles cercanas a las estaciones. La situación duró meses. El mercado negro, una vez más, ofreció lo que en Venezuela escaseaba: cada litro hasta por cuatro dólares. Entonces, Venezuela se convirtió, de facto, en el país con la gasolina más cara del mundo.
–Antes de que el coronavirus llegara a Venezuela, estuve tres días durmiendo en la avenida Lebrún –recuerda Zoraida–. El último día, a las 11 de la noche, le echaron 10 litros de gasolina a mi carro.
El 30 de mayo de 2020, el presidente Nicolás Maduro anunció un nuevo esquema de suministro y precios de la gasolina. Uno subsidiado, cada litro a 5.000 bolívares (0,026 centavos de dólar), pero limitado: 120 litros mensuales por vehículo y 60 por moto. La otra modalidad, ilimitada, a 0,50 dólares el litro.
El precio de la gasolina no cambió desde 2016 hasta mayo de 2020. Durante ese tiempo, la gasolina fue prácticamente gratuita. A veces el trabajador de la bomba regalaba el combustible o acordaba alguna forma de trueque con el conductor que no tenía efectivo. Bolígrafos, comida, bebidas… Cualquier cosa podía pagar la gasolina. En 2018, una carga de 36.989 litros de gasolina costaba al dueño de la bomba 2,01 bolívares (0,0032 tercios de centavo de dólar). Los trabajadores de la bomba recibían más dinero en propinas que lo que ganaba el dueño de la estación por la venta de gasolina.
En medio de la pandemia, las aglomeraciones pueden ser foco de contagio. “Cuando hay aglomeraciones, hay más probabilidades de que entre en contacto estrecho con alguien que tenga covid‑19 y es más difícil mantener una distancia física de un metro”, dice la OMS. En la fila, varias personas no llevan el tapabocas ni mantienen la distancia establecida. Se juntan, conversan, fuman. En la estación de gasolina hay alrededor de 20 personas aglomeradas preguntando cuándo va a llegar la gasolina. Algunos sin tapabocas. Se ha estimado que si el 100% de la población utiliza tapabocas, la tasa de transmisión del virus puede disminuir entre 25 y 35%. Si ese porcentaje de la población que usa tapabocas baja a 90%, entonces la efectividad de la medida baja a 18%.
Venezuela enfrenta una pandemia con fallas en el servicio de agua y electricidad, escasez de personal de salud, insumos médicos y fármacos. Se le suma el problema de suministro de gasolina, en un país donde “cerca de la mitad de los venezolanos deben recorrer desde 10 a 300 kilómetros para llegar a un centro centinela”, según un trabajo publicado en Prodavinci. El riesgo de morir es mayor cuando las distancias son más largas.
Tener escasez de gasolina significa problemas de transporte, de distribución de insumos, de desplazamiento. En medio de una pandemia, habrá más dificultades para que pacientes, médicos y enfermeras lleguen a los centros de salud. Eso los obliga a caminar o buscar a alguien que los lleve.
A pocos metros del surtidor de gasolina, varios militares y policías conversan entre la multitud. Solo algunos usan el tapabocas; otros lo llevan en la barbilla o están sin él. Conversan muy pegados, como si no existiera pandemia. Frente a ellos, en la oficina donde se paga, hay una calcomanía que dice “Use tapabocas, mantenga la distancia, al llegar a casa lávese las manos”.
CON INFORMACIÓN: prodavinci.com