Barcelona no quiere despertar del sueño sin turistas
Un paseo por el turístico barrio Gótico con la histórica activista Teresa Picazo: por primera vez en años los vecinos juegan en sus plazas, se reconocen por la calle y pasean por una Rambla que pronto volverá a ser de los visitantes
Hay cada día un momento mágico en la emblemática y muy visitada plaza Sant Felip Neri de Barcelona. A la hora del recreo, los alumnos de la escuela que recibe el nombre de este santo apartan a las decenas de turistas que la ocupan, colocan un par de vallas en sus accesos para que nadie pueda entrar… Y se ponen a jugar. Durante una hora, se adueñan del lugar mientras los grupos de visitantes aguardan al otro lado de la verja. El espíritu de esos críos es hoy el de los vecinos de todas las edades del barrio Gótico: salen a disfrutar de unas calles que hace mucho tiempo que dejaron de ser para ellos. Y lo hacen con cierta tristeza, porque saben que el timbre está a punto de sonar.
“No queremos despertar, es terrible”, “Es algo impensable normalmente, hay demasiada gente”.
“La epidemia nos ha dado la razón a los vecinos que nos oponemos a que haya más turismo, porque nos ha demostrado que sin ellos, por fin los vecinos ocupamos las calles que nos quitaron», «Hacía 40 años que no pisaba uno de estos bares», asegura.
Su gran placer de estos días ha sido volver a La Rambla. Vacía de turistas, la ha recorrido en bici y a pie casi cada día.
Teresa Picazo, sentada en la terraza del Cafè de l’Òpera, en la Rambla
Los 8,5 millones de turistas que duermen cada año en Barcelona, a los que se suman los 3,5 cruceristas que pasan el día en la ciudad, son una fuente de negocio demasiado valiosa, y lo han sido durante décadas, como para que la voz de los vecinos sea escuchada. Así de claro lo dice Teresa, que milita desde hace tiempo en la Associació de Veïns i Veïnes del Gòtic. «En esto de la gentrificación aquí ya estamos de vuelta.
Además de ocupar las calles a la espera de que los visitantes vuelvan a partir del 21 de junio, cuando se abran las fronteras, la vida en el Gótico durante la desescalada proporciona algunos placeres que solamente sus habitantes pueden descifrar y valorar. Teresa menciona dos. El primero de ellos consiste poder caminar sin el ruido de los extractores. En este barrio, los vecinos nunca andan por las avenidas principales, sino que lo hacen por las callejuelas que las rodean, y es precisamente en esas calles, en la parte trasera de comercios y restaurantes, donde abundan los extractores. “Es un silencio especial”, reflexiona esta mujer.
«Si no hay turistas, no hay terrazas»
«Si no hay turistas, no hay terrazas”, bromea Rosa. «¿Y has visto la Boquería? ¡Qué maravilla!», comenta con Teresa. Ambas suelen ir a comprar a este mercado ubicado en la Rambla y cuyas paradas están ya más orientadas al visitante que al local.
«Es una forma de reapropiarnos del espacio y de reclamar que no queremos que todo vuelva a ser como antes», defiende Martí Cusó, activista de Resistim Al Gòtic.
«No se ven nunca niños por la calle, en parte porque cada vez hay más familias que no pueden permitirse estos alquileres», «Los turistas volverán seguro, en pocos días», asume Juan. Tampoco lo duda Teresa: «Es una pena, porque volveremos a lo mismo».