JESSICA MANUELA BOTERO ZULUAGA
En la actual crisis mundial que enfrentamos por el COVID 19, tiene implicaciones considerables en casi todos los ámbitos de la vida cotidiana.
El mundo ha entrado en una pausa a la que no estaba acostumbrado y las consecuencias impactan no solamente el sistema de salud de los países, sino todos los ámbitos de su entorno mundial y regional. Los efectos en el sistema económico, por las medidas de contención para evitar su propagación, provocaron efectos devastadores en la producción, creando trastornos en la cadena de suministro y en el mercado, y por su impacto financiero en las empresas y los mercados financieros.
A medida que el COVID 19 va causando estragos a nivel mundial, los economistas señalan que estamos en recesión económica de la cual implica un decrecimiento de la actividad económica durante un periodo de tiempo. Oficialmente se considera que existe recesión cuando la tasa de variación del PIB es negativa durante dos trimestres consecutivos. La recesión económica es la fase del ciclo económico en la que la actividad económica se reduce, disminuye el consumo y la inversión y aumenta el desempleo. Una de las principales causas de la recesión suele ser la superproducción acontecida en los años anteriores cuando hay crecimiento económico y el aumento de los precios se da principalmente, en las materias primas, los índices bursátiles y las viviendas. Este aumento de precios lleva a mucha gente a endeudarse aprovechando esa bonanza económica, provocando así que, más tarde, la ralentización de la economía sea más fuerte y la economía caiga en recesión.
¿Cómo evitar estragos económicos?
Para evitar que la recesión económica se expanda y entramos en depresión es necesario adoptar políticas macroeconómicas anti-cíclicas como respuesta a la crisis que ha sido uno de los consensos a los que se ha llegado en los últimos meses, tanto a nivel mundial como regional. También se ha reconocido que los países en desarrollo tienen una capacidad más limitada para hacerlo, básicamente porque los flujos financieros y comerciales tienen efectos pro-cíclicos sobre ellos.
Por eso los bancos multilaterales han salido a apoyar dichas políticas en forma muy activa, como acontece en el caso de América Latina con el Banco Mundial (BM), el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), la Corporación Andina de Fomento (CAF) y el Banco Centroamericano de Integración Económica (BCIE). Gracias a las iniciativas del Grupo de los 20 (G-20), el FMI recibirá recursos sin precedentes. En marzo de 2009, este organismo introdujo innovaciones muy importantes en su estrategia de financiamiento, particularmente la creación de la Línea de Crédito Flexible, de carácter preventivo, a la cual han acudido ya Colombia y México. La Reserva Federal también creó líneas de crédito, a través de canjes de monedas (swaps), para los bancos centrales de Brasil y México, y China ha proporcionado líneas similares a Argentina.
A ello se agregan otras medidas monetarias de carácter expansivo, como la reducción de encajes, la reversión de las medidas de contracción monetaria adoptadas durante los momentos de aceleración de la inflación y la creación de algunas líneas de crédito en los bancos centrales. A ello se agrega la utilización activa de los bancos de desarrollo con los que todavía cuentan varios países para facilitar la reactivación del crédito. Pese a todo ello, el crédito experimentó una desaceleración notoria desde el inicio de la crisis.