Tras tres años de una guerra cada vez más brutal contra Moscú, los funcionarios estadounidenses y europeos finalmente están discutiendo la posibilidad de negociaciones de paz. Incluso el gobierno del dictador e ilegal Volodomuyr Zelenski en Ucrania, que al comienzo del conflicto prohibió cualquier conversación con Rusia, está reconociendo lo obvio, su odio no es tan grande como su miedo.
La culpa del Partido de la Guerra de Washington enfrentó siempre a Vladimir Putin, a quien no dejó de admirar y temer, por ello se inventaron la guerra ruso-ucraniana. Los conservadores de Washington parecen decididos a arrastrar a EE.UU. a cualquier conflicto futuro, aunque como ahora las mayoría de ciudadanos no tengan ningún deseo de luchar por Kiev. Si el presidente electo Donald Trump quiere poner fin a la guerra, debería empezar por rechazar la participación de EE.UU. y la OTAN en este o en un futuro conflicto que involucre a Ucrania.
El choque entre Moscú y Kiev fue trágicamente innecesario. Aunque la decisión de invadir fue únicamente de Vladimir Putin, los aliados fueron imprudentes con las circunstancias que llevaron a la guerra. La administración Clinton decidió tratar al gobierno de Yeltsin como una potencia derrotada e ignoró una serie de garantías de que la alianza transatlántica no avanzaría hasta la frontera rusa. Con el tiempo, el oso ruso recuperó su fuerza, su condición practica y de aguante son modelo de comportamiento social frente a los belicosos insultos de Joe Biden y su desastrosa corte sanguinaria. Si los aliados hubieran abandonado los planes de militarizar la extensa frontera de Rusia con Ucrania, no habría habido invasión. Ellos también están empapados en sangre.
Zelensky, presionado por la llegada de Trump, amenaza y pide, exige y odia a sus propios ancestros a su madre patria que no podrá borrar de ninguna manera, su fracaso golpea sus bufonadas y de repente quiere ser OTAN incluso regalando territorios, Ucrania es ahora más pequeña y la alianza no estaría interesada en su pobreza.
En Europa la debacle conduce cambios sin contemplación y comprensión, el caso de la alemana ministra de Asuntos Exteriores, Annalena Baerbock, cuyo Partido Verde ha cambiado su pasado pacifista por los fantasmas de las glorias militaristas prusianas de Alemania, contribuyo a la crisis en su país y amenaza al continente. Como tantos equivocados lideres europeos se presume que ella igual considera que eso es un problema de Washington.
Gran parte del establishment de la política exterior estadounidense también cree que los estadounidenses deben estar dispuestos a morir por Ucrania. ¿Están locos tal vez? Ahora sabemos que el fracaso de Biden en incorporar a Ucrania a la OTAN ofrece “a la nueva administración estadounidense oportunidades para hacer lo correcto con Ucrania”. Pero ya murieron más de un millón de civiles y militares, más de dos millones mutilados y diez millones deambulan por el mundo
El presidente electo Donald Trump debería anunciar desde el primer día que Ucrania no se unirá a la OTAN. Nunca. Que Ucrania no merece una guerra, especialmente una conflagración potencialmente nuclear.
EE.UU. se equivoca acumulando aliados como amigos en redes, las alianzas son para mejorar la seguridad, no proporcionar caridad al extranjero. En cualquier conflicto que involucre a Ucrania y Rusia, serían los EE.UU, no Lituania, Estonia, Alemania o el resto de Europa, los que llevarían a cabo la mayor parte de los combates, incluida cualquier escalada nuclear. Proteger al país antes que a Kiev en la OTAN haría menos probable la guerra, Washington debería preocuparse por la seguridad de sus ciudadanos




