Elegido Secretario General del Partido Comunista de la URSS, en marzo de 1985, logró cambiar las cosas, pero no implantar el capitalismo porque no era su propósito, fue un marxista-leninista convencido.
Gorbachov, develó su pensamiento, estaba seguro de la doctrina leninista en la URSS, pero estaba mal aplicada. La Perestroika fue su estrategia efectiva/LP7D/el mostrador.
La URSS antes de Gorbachov mostraba imágenes fabricadas por occidente, si bien era una certeza las largas colas de personas esperando la distribución de alimentos, gigantescos bloques grises de vivienda, impresionantes desfiles militares, todo se presentaba frio porque eran parte del imaginario común de ese medio mundo al que pocos quisieran ir, por la misma presentación precaria, egoísta, ausente de toda realidad, la belleza y calidez rusa eran negados por occidente.
Su propuesta económica atacaría la maltrecha economía soviética: fábricas y centros de trabajo elegirían a sus gestores y de decidir en asamblea a qué dedicar sus horas de producción, una vez que las cuotas estatales hubieran sido satisfechas.
También podrían establecer sus precios de venta y sus revisiones salariales anuales.
Algunos sectores en concreto, sobre todo en el sector servicios y en la pequeña industria, podrían volver en parte a manos privadas, como en el caso de la economía leninista antes de los planes quinquenales de Stalin, y de manera muy parecida a como Tito había implementado la doctrina comunista en Yugoslavia.
Gorbachov quería desmantelar la economía de guerra permanente que había creado Stalin reivindicando lo que él llamaba el factor humano. Creía que el comunismo no estaba funcionando no porque fuera erróneo, sino por la desafección social generalizada con respecto a la doctrina marxista-leninista.
Gorbachov nunca planeó el desmantelamiento de la propiedad estatal, que tendría que ser siempre mayoritaria, ni la desregulación de la productividad de la industria pesada por parte del Estado.
Gorbachov quería era volver al comunismo en su estado original, antes de que sucumbiera a una centralización y supervisión excesiva y paranoica por parte de Stalin. Para eso mismo diseñó la glasnost, que significa, simplemente, apertura.
Estaba convencido de que, si se daba voz a las ideas de los ciudadanos, como se había hecho en los soviets del principio de la Revolución, y se volvía a una gestión asamblearia de la economía, los ciudadanos se darían cuenta de las bondades de tener voz propia y propiedad estatal al mismo tiempo. Esperaba que el descontento y la desafección desaparecieran de las calles y que una mayor ilusión por parte de los trabajadores hiciera subir, definitivamente, las cotas de producción,
Así, la Unión Soviética podría, por fin, invertir la balanza de pagos que le forzaba a destinar dos quintos del gasto total en divisas a la importación de alimentos. A principio de los años 80 no podía invertir las ganancias de sus exportaciones a Occidente en comprar tecnología y equipamiento industrial avanzado porque había que invertirlas en comprar pienso para animales.
El fin de la carrera armamentística no fue un signo de paz, aunque quizá también: simplemente, la URSS no tenía piezas para los cohetes. La cuestión sería jocosa si no fuera porque esa fue, en gran medida, la razón del accidente nuclear de Chernóbil, en 1986.
Como todas las personas que optan por la vía intermedia, sus intentos de reforma no contentaron a nadie.
Para los ciudadanos de Rusia el comunismo estaba agotado y la glasnost sirvió para dar voz al descontento y a la miseria acumuladas.
Para el partido, su apertura significaba el fin de la corrupta economía sumergida en dádivas y prebendas.
Para los que se convertirían más tarde en oligarcas de la mano de Boris Yeltsin, malbaratando los cupones que otorgaban a sus conciudadanos hambrientos su parte proporcional de los bienes estatales, las reformas tenían que ser más rápidas y salvajes.
Para los ciudadanos de la mayoría de las repúblicas de las URSS y de los países del Pacto de Varsovia, el fin de un sistema que dictaba órdenes desde Moscú tenía que llegar a su fin cuanto antes.
En el verano de 1991 sus enemigos políticos intentaron un golpe de Estado contra él mientras estaba de vacaciones. Gorbachov se vio obligado a desmantelar la URSS, el mayor imperio del siglo XX, y, aunque no fue de manera del todo incruenta, queda el consuelo de pensar que podía haber sido mucho peor.
Occidente, que en pocos años resolvió una situación estancada durante décadas, lo elevó a los altares de la socialdemocracia capitalista.
Gorbachov fue el hombre bueno que no llegó a tiempo y tuvo mala suerte. El idealista que, visto todo lo que ha venido después, fue la gran oportunidad perdida de Rusia para formar parte de Europa.