Las cosas suceden, además nos hacen entender que sabemos menos de lo que creemos.
Ernesto Cabrera Tejada
El pensamiento liberal nos ha hecho un tanto más racional, la obtención de derechos, más actuales y, de alguna manera más sabios en materia electoral, más convencidos de la razón como clientes y del aporte individual al colectivo por el que abogamos.
Hace apenas una semana fuimos votantes muy sabios, pero no tan seguros, creímos tener la razón desde la marca en el tarjetón y paradójicamente al día siguiente todos fuimos ganadores, nadie perdió. Nos mentimos, nos avergonzamos del desconocimiento y falta de carácter y algunos hasta reímos con mediocridad y estupidez.
En un mundo que trasciende a velocidades pasmosas, existen regiones del país en este caso el departamento del Huila con imagen y resultados políticos, empresariales y sociales no sólo pobres sino catastróficos y determinantes.
A la ruin y paquidérmica acción social y empresarial se suma el desastre de la cosa política. Es de fácil comprensión como las conductas sociales y las decisiones humanas casi siempre están determinadas por reacciones emocionales ávidamente manejadas por ilusorios dirigentes.
Es un crimen político el sucedido contra el departamento por sus mismos fracasados senadores. Ahora nada vale todo lo que pudo haber sido bueno quedó enterrado. Tuve la fortuna de vivir allí 25 años y participar exitosamente del desarrollo empresarial y educativo, lamentablemente al final el egoísmo y el poder de minúsculas seudo sociedades impusieron su mezquindad, se dedicaron a cambiar la realidad en vez de verla como es.
Lo sucedió con los políticos del Huila, estaba visionado desde la expulsión por ladrón de uno de sus Senadores del Congreso de la República. Es probable que algo similar haya sucedido y este sucediendo con quienes se han arrogado el desarrollo empresarial y social. Las promesas de ganar posiciones en investigación, competitividad e innovación y creación de patentes es apenas una utopía y una falacia.
Algunas acciones particulares bien intencionadas que lucieron con determinación y con proyecciones profundas terminaron con escasos recursos asignados por el poder y asistiendo los bolsillos de los inquietos hacedores que al final justificaban su abandono porque de algo tenían que vivir, además emocionalmente ya estaban direccionados en las urnas.
¿Qué hacer con la plaga política que se muere? algunos se reirán escribiendo de sí mismos, recordaran con jocosidad opita como los engañaron, como los robaron, como los embaucaron por años, los más ladrones y los menos también. Pero justo es lo que no debe suceder, no apologizar el saqueo y la infamia provocada por criminales de la política en estos últimos cinco lustros.
Ahora, se debe enterrar a los muertos.