Si hay algo claro que nos dejó la pandemia es que sin fútbol se puede vivir, sin embargo, el poder que hay detrás de un negocio exorbitante se dejó ver con su reactivación: fue el primer deporte de conjunto en volver al ruedo presionado por los contratos millonarios de publicidad en televisión, una de las fuentes que más réditos deja y cuya mano larga se extiende, incluso, hasta torneos como el colombiano.
Fíjense no más el enredo que tienen los ‘zares’ del fútbol nacional, primero con un poco de ligas y asociaciones que se cruzan entre sí pero que, a la vez, evaden cualquier responsabilidad cuando se les piden cuentas. Ahí está Luis Bedoya, otrora poderoso presidente de la Federación Colombiana de Fútbol, esperando sentencia en Estados Unidos luego de haber reconocido su participación en un entramado multinacional, conocido como el ‘FIFAgate’, que destapó el pago de coimas para adquirir los derechos de televisión en los torneos de la Conmebol.
A su remplazo, Ramón Jesurum, no le alcanzan los misterios del Rosario para salir limpio con su barra de amigos, ‘pillados’ en una extraña vuelta para enriquecerse aun más a costa de esa emoción de los aficionados a la selección Colombia, que repagaron hasta cinco veces el valor de las entradas en las eliminatorias a Rusia 2018.
Mientras tanto, en la división de clubes profesionales hacen honor a su razón social, pues una ‘división mayor’ quiere sacar a su máximo dirigente, por los benditos derechos de televisión, y este condiciona su salida a una millonaria indemnización, lo que hasta el viernes pasado pronosticaba un cisma. Y si uno sigue escarbando hacia abajo se topa con sorpresas que ponen a este deporte, que tanto nos entusiasma, en el peor de los mundos. Pero para el aficionado no hay razones, le gana la emoción.