Después de la primera incursión enérgica del presidente de EE.UU. Donal Trump en América Latina sobre su política exterior el pasado fin de semana por cuenta del presidente de Colombia, Gustavo Petro / Trump, dijo que su administración había intimidado al gobierno colombiano y Petro que había rescatado el respeto y la dignidad / Petro cedió y como cualquier latino quisiera poder mandar a sus hijos a Harvard y sus nietos y sobrinos a Disney.
Trump ha demostrado al mundo que se toma en serio la tarea de garantizar que se respeten los intereses de EE. UU. y que está dispuesto a utilizar una fuerza que en gobiernos anteriores se habría considerado abrumadora y desproporcionada para lograrlo. Colombia fue el ejemplo más útil y, a pesar de las afirmaciones de Petro y su cantera de redes sociales de que finalmente se consiguió lo que querían, otros gobiernos del mundo van a pensar con mucho juicio antes de desafiar a la administración Trump por motivos similares.
Mientras Trump arremetió con sus promesas bajo el amparo de la ley “¡No permitiremos que el Gobierno colombiano viole sus obligaciones legales en lo que respecta a la aceptación y devolución de los criminales que forzaron a ingresar a los Estados Unidos!” – EE. UU. considera violadores de la ley a ciudadanos del mundo que bajó cualquier condición ingresen sin documentación legal a su territorio y como tal las autoridades tienen la obligación de actuar en consecuencia-.
Petro respondió en las redes sociales con su manera característica, divagante y emotiva, en la que acusó a Trump de querer matarlo antes de afirmar desafiante: “me informan que usted [el presidente Trump] está imponiendo un arancel del 50% al fruto de nuestro trabajo que ingresa a los EE. UU., y yo haré lo mismo”.
La emocionalidad e inestabilidad de Petro pusieron en peligro la seguridad de la economía en Colombia y la Seguridad Pública de los EE. UU. Imprudentemente quiso emular las medidas de Trump y se obligó a recular, escudándose en un llamado por la dignidad de sus connacionales ocultando los verdaderos riesgos de su despropósito que en su inconfesable sentir no aceptará haber errado.
La amenaza de guerra arancelaria no estaba destinada a ocurrir. Expresidentes y cuerpo diplomático de Colombia evitaron la catástrofe, el país fue rápidamente protegido bajo el amparo constitucional que está por encima del mismo hombre inconsistente que se haga llamar presidente.