Siendo la alimentación un asunto de «Seguridad Nacional» la falta de transparencia, políticas fallidas y burocracias incomprensibles tiene a los habitantes de la isla en una permanente zozobra.
ADN/ cuballama.cu
El pollo, que en las tiendas no aparece sin el apellido de importación, no baja en los mejores casos del 1.70 o 1.80 CUC (42.50 o 45 pesos) el kilogramo, cuando el salario promedio diario es de aproximadamente 30 pesos. El cerdo alcanza cifras por encima de 50 y 65 pesos la libra (con hueso o deshuesada, respectivamente); mientras que la res, comercializada de manera legal solo por el Estado, brinca como atleta olímpica la barrera de los 8.80 CUC (220 pesos) el kg. Otras carnes, como el conejo, el pato y el pescado, resultan tan exóticas como caras y escasas.
“Mami, dame carne, que tengo hambre, me da calambre… Mami, dame carne”, la pegajosa canción del grupo de hiphop cubano S.B.S. que hizo furor hace más de 20 años encarna hoy un deseo de la mayoría. Entonces, ¿por qué no hay carne en el país?, ¿de quién es la responsabilidad?
Estados Unidos es “por amplio margen, el mayor suministrador de carne de pollo de Cuba”, como ha señalado el economista Pedro Monreal. En los primeros 5 meses de 2020, la Isla compró 76.042,2 toneladas del demandado producto en el mercado estadounidense.
Cuando Cuba decidió suspender de manera definitiva la producción de carne de pollo, se analizó que supuestamente era más económico importarla, aun a contrapelo de criterios de varios economistas, explica IPS. Así se generó una dependencia total de importaciones de este rubro desde Estados Unidos, Brasil, Argentina y otros mercados.
Según Alberto Rodríguez, jefe del Departamento de Producción de la Dirección Avícola del Grupo Empresarial Ganadero (Gegan), “Cuba no produce carne de aves a gran escala desde los años 80 del siglo XX, cuando se obtenían anualmente unas 120.000, hoy solo obtiene 9.500 toneladas de […] aves de desecho, de ponedoras de huevos”.
Por tanto, el país compra en el exterior unas 300 mil toneladas anuales de este producto para satisfacer la demanda interna, señaló Norberto Espinosa, presidente del Gegan. Entre carnes y subproductos avícolas, se gasta por concepto de importación 300 millones de dólares cada año.
La pequeña producción doméstica tampoco luce su mejor momento. En décadas pasadas se estimuló con la venta sistemática de polluelos para cebar, ahora estos no aparecen fácilmente ni se encuentra el pienso adecuado, que por lo general la gente traficaba en el mercado subterráneo nacional.
Así que las esperanzas parecen estar cifradas en las planificadas inversiones extranjeras en este rubro, las cuales —se estima— “podrían generarle al país unas 100 mil toneladas de pollo”, según afirmó Norberto Espinosa. No obstante, las concreciones de este anhelo aún no aterrizan en la realidad.
Es por eso que este 2020, con crisis económica doméstica, el reforzamiento del bloqueo estadounidense y, para rematar, la pandemia del SARS-CoV-2, el pollo ha generado largas colas en las tiendas y hasta riñas tumultuarias cuando llegan las piezas del tan demandado plumífero.
Por ello, Felicia, una habanera septuagenaria, guarda una posta sagrada que permanece y se renueva en el congelador de la cuota que recibe cada mes en la bodega. Le dicen en casa jocosamente “el pollo de los enfermos”, pieza intocable, solo para una emergencia. Esos 345 gramos para adultos y 172 por niños (más una libra extra para infantes y adultos mayores de 65 años durante algunos meses de pandemia) son los únicos que con certeza todos los cubanos pueden disponer en su mesa mensualmente.
El “mamífero nacional”, como jocosamente llaman al cerdo el dúo Buena Fe y el trovador Eliades Ochoa, se ha convertido en los últimos años, en un mamífero de lujo, casi una especie amenzada.
Aunque “su carne es, por amplio margen, el principal producto cárnico que se vende en los mercados agropecuarios cubanos, predominando el ‘cerdo en piezas’”, apunta el economista Pedro Monreal; la oferta —fundamentalmente en manos de productores privados— no significa que sea abundante o accesible.
Las estrategias de los productores exitosos casi siempre recurren a alguna ilegalidad por los problemas e incongruencias con las normas establecidas por el Gobierno: entrega a destiempo del pienso y mala calidad del que se entrega; prohibiciones a los productores de comprar libremente otras fuentes alimenticias para sus animales, como viandas en cualquier municipio del país; imposibilidad de que los criadores puedan importar libremente alimentos o tecnología desde el exterior para garantizar la producción.
En los últimos años, el Gobierno ha estimulado “convenios (contratos) en los cuales la parte estatal entregaba precebas (cerdos pequeños de entre 10 y 12 kg) a un precio determinado y una parte del alimento a los productores no estatales, y estos últimos entregaban, meses después, una cantidad de animales listos para el sacrificio”, observa el profesor Juan Triana Cordoví. El talón de Aquiles de este método ha estado en las sistemáticas fallas de la entrega de pienso. Cuestión ampliamente reconocida por autoridades como el propio ministro de la Agricultura.
“Los que perseveran en este negocio y llegan a ser exitosos es porque se han adaptado a los mecanismos subterráneos para sobrevivir. No puedes protestar o ir en contra de las irregularidades, porque te marcas y después no hay comida para ti, o te cierran la cochiquera con una inspección de sanidad o de alguna manera te sacan del juego”, se lamenta.
—¿Y la yuca o el boniato, no son rentables como alimento?
“Un lote de cochinos devora una caballería de yuca en un santiamén. Es más el trabajo de sembrarla, cuidarla, sacarla, molerla y administrársela que lo que se gana al vender el alimento directamente. Esa comida rinde poco. Sin contar el riesgo de que la yuca se puede emborrachar y te quedaste en eso. Por otra parte, si tienes un convenio y falla el pienso estatal, no puedes alquilar un camión y moverte a otro municipio para comprar cien quintales de vianda. Eso es ilegal. Te obligan a que la produzcas”.
Desde 1979 el hurto y sacrificio de ganado mayor forma parte del Código Penal y, con el tiempo, las sanciones por ese delito se han recrudecido. Hoy pueden significar penas de 4 a 10 años de privación de libertad a quien sacrifique; de 3 a 8 a quien venda, transporte o comercie la carne; y, de 3 meses a 1 año, multa de 100 a 300 cuotas o ambas penas para quien recepte a sabiendas de que es ilegal. En todos los casos puede realizarse además la confiscación de los bienes que estime la autoridad (Artículo 240.1).
No obstante, el celo en prohibir y restringir no parece ser el mismo que el puesto en alimentar y fiscalizar el ganado mayor en propiedad del Gobierno. Es posible encontrar con cierta regularidad, en medios de prensa estatales, trabajos que dan cuenta de muertes por sequía y hambruna, desapariciones inexplicadas, falta de control y otras malas hierbas en este inmenso potrero.
La académica Rena Pérez explica que, antes de 1959, la producción de carne vacuna y leche constituía la segunda actividad económica agrícola de la Isla, solo superada por la caña de azúcar.
Antes era habitual, evocan los más veteranos, que cualquier campesino se planificara para tener en su patio al menos una o dos vacas lecheras, una yunta de bueyes de trabajo y algún ternero para cebar y alimentar a su prole.
Con las férreas prohibiciones de consumo y comercialización particular que impuso el Gobierno revolucionario, se desataron las estrategias para burlar la autoridad, que van desde no inscribir a los terneros recién nacidos en el registro pecuario, sobornar a veterinarios para que declaren muerte por enfermedad y la consiguiente incineración de la carne, hasta el más ramplón e inextinguible hurto y sacrificio. De tal suerte que un mercado sumergido de carne de res lleva décadas funcionando y no parece que ni con las intensas ofensivas policiales vaya a desaparecer.
El 13 de julio de 2015, al reseñar debates de Comisión Agroalimentaria del Parlamento, Granma informó que la mortalidad vacuna “ocasiona al sector 20 veces más pérdidas que el hurto y sacrificio ilegal”, con una cifra que en el primer semestre de aquel año incluyó la pérdida de 29.242 cabezas de ganado más que el mismo lapso de 2014.
Mientras que entre enero y julio de este 2020, en Camagüey se han reportado casi 30 mil muertes de estos animales, el 58 % de ellas, por desnutrición, según reportó Adelante.
Año tras año las cabezas de ganado se reducen. En 2018, el 67 % de las reses llevadas a sacrificio eran de origen estatal, con lo cual se comprende lo poco estimulada que está la producción privada de este rubro.
Luego de aprobados los decretos leyes 259 en 2008 y 300 en 2012, que estimularon la entrega de tierras en usufructo y, entre otros renglones, pretendieron incentivar la ganadería mayor, no ha cambiado mucho la situación.
Federico es un agricultor de Pinar del Río que llegó a vender al Estado un lote de toros cebados. Pero, luego de muchos problemas y absurdos, está en retirada del giro. Él adquirió caballerías de tierra, de acuerdo con los mencionados decretos, y desde que arrancó con su sueño comenzaron a salirle arrugas. “Lo primero con que chocas es que no hay recursos —dice con tono cansón—. A veces recorres toda la provincia y no encuentra ni un pelo de alambre de púa ni una libra de grampas para cercar las tierras. Después están los sistemas de riego, que se tornan casi inaccesibles. Luego, chocas con absurdos como tener que pagar 120 pesos por cada pico para que los obreros trabajen, cuando entre empresas estatales sabes que se lo venden a un precio muchísimo menor”.
Sigue pensando que, en teoría, el ganado mayor es un negocio “lindo, muy lindo”, pero en la práctica existen demasiadas trabas para los productores, quienes ni siquiera pueden llegar a una tienda, adquirir directamente —sin mediaciones de una cooperativa o una empresa estatal— la tecnología que necesiten y echar a andar con sus proyectos.
También resulta muy difícil encontrar hombres dispuestos a meterse a trabajar de monteros, pues esa cultura se fue perdiendo en el país, gracias a factores positivos, como el aumento del nivel cultural y a otros absurdos como la burocratización de las gestiones agropecuarias.
Otras alternativas como la cría de búfalos, que en 2012 era vista por administrativos y expertos como “una de las más viables soluciones para incrementar en los próximos años el consumo de carne roja por habitante en Cuba”, a la larga ha hecho más daño que beneficio, a juzgar por sistemáticos reportes de sus tropelías. Sin control ni domesticación muchos han terminado, después de los destrozos, diezmados por enfermedades, perdidos o pasados por los cuchillos de temerarios matarifes ilegales.
Tanto Antonio como Federico y otros campesinos consultados para este reportaje son de la opinión de que las reses constituyen la opción más viable para abastecer de carne sistemáticamente al pueblo. En eso les llevan ventaja al cerdo, al pollo y al ganado menor. Pero en las actuales condiciones, no parece que dejen de ser estos rumiantes, como bromean los cubanos, animales sagrados.
* Los nombres de los entrevistados han sido cambiados para proteger su identidad.
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