La intención de Donald Trump y Vladimir Putin ha estado encaminada a establecer líneas de control con respeto para una comunicación de acercamiento y disuasión. / La disuasión se gesta en una mezcla de capacidad y determinación, sin renunciar a una seguridad sobrentendida hacia el adversario y cada vez más consistente según su prolongación / Se busca una postura más implacable que compense la previsible falta de credibilidad.
Las generaciones posteriores a las guerras mundiales hemos asociado la inteligencia militar y el poder en asociación con secretos y agencias de inteligencia, con encubiertos agentes espías entre sombras que dan paso veloz a la anticipación desde lo visible, sin privilegios y en donde los datos se multiplican fortalecidos en la capacidad interpretativa digital y precisa.
EEUU y Rusia en esta naciente y definida por algunos como “segunda guerra fría” no ocultan su poder y riqueza, se “muestran los dientes”; Alaska los acercó en diplomacia, el estancamiento ha dado paso a una muestra de poder armamentista.
La determinación de Trump de sancionar a las petroleras rusas propuso un escenario de defensa por parte de Putin. El líder exhibió su poder armamentista, presentó al mundo el misil de crucero intercontinental, Burevestnik, impulsado por un motor nuclear; estuvo en el aire unas 15 horas con recorrido de más de 8.700 millas. Lo calificó en un “sistema de armas único y de próxima generación que ningún otro país posee”, una poderosa razón para disuadir al enemigo.
Trump ripostó a la presentación del ruso: «Probamos misiles todo el tiempo. Pero tenemos un submarino, un submarino nuclear. No necesitamos recorrer 8.000 millas. Le recordó a Putin que EE.UU. tiene un submarino nuclear estacionado justo frente a sus costas».
Recordamos la inocente “pelea” de escolares en el pasado, en donde la amenaza por discordias crecía en medio de irritaciones e invenciones de poder llegando hasta el pariente más visible por posesiones, una finca o una vaca, nada de armas.
En la medida en que la aportación relativa de EEUU en riqueza y poder disminuye, su capacidad disuasoria en nombre de sus aliados ante el surgimiento de nuevas potencias se somete a una presión cada vez mayor y con ello el riesgo de involucrarse en ofensivas innecesarias.
La disuasión radica en el empleo de medios coercitivos para convencer a un adversario de no tomar una acción agresiva. Puede ser una movilización o amenaza de castigo que ni siquiera una agresión exitosa parezca justificada. Disuadir requiere de capacidad de aceptar y creer que el adversario no sufrirá si se abstiene de actuar.
El poder enorme y mutuamente destructivo de las armas nucleares hace que los líderes sean especialmente cautelosos a la hora de adoptar medidas que puedan escalar a una guerra nuclear, suprimiendo así los incentivos para una guerra convencional entre estados con este tipo de armas.
La disuasión nuclear que EEUU ha extendido entre sus aliados desde mediados del siglo pasado pone en riesgo la credibilidad subyacente, ya que implica el riesgo de aniquilación en nombre de los aliados. La disuasión extendida pierde credibilidad y, por lo tanto, es más probable que fracase cuando el destino del tercero no es vital para el Estado que la defiende.
Ahora que sus principales aliados tienen la capacidad latente de defenderse —incluso con armas nucleares—, EEUU debería abandonar compromisos innecesarios de disuasión extendida.
La capacidad de disuasión de las dos potencias, Rusia y EEUU, ha evitado su enfrentamiento directo, amenazado con devastadoras armas nucleares. Disuadir los valiosos intereses de las dos potencias pasa ahora por la narrativa de sus líderes Trump y Putin, cotejados por sus escuderos y una amalgama de halcones belicosos en Europa que bombardean los acercamientos de priorizar cualquier acuerdo de paz.





