Para que Latinoamérica pudiera volver a endeudarse pasaron cuatro décadas hasta 1970.
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Pronósticos de varios organismos estiman que la deuda de los países la región aumentará del 57%% al 71-76% en 2022. Quién va a pagar, se preguntan varios. Austeridad, proponen algunos; reformar, dicen otros. Pero todos coindicen en que es un mal endémico de la región
Esa fue una de las grandes consecuencias de la Gran Depresión (1929). Crisis que, además, le abrió la puerta al proteccionismo, a los populismos de izquierda y derecha, y al olvido -pese haber reestructurado los empréstitos en 1960- de lo que era endeudarse. No hubo plata, pero sí ideas, algunas nefastas.
La deuda ha sido para Latinoamérica como los minerales para África: una fuente inmejorable de capital pero peligrosa y, sobre todo, determinante en la crispación política y económica. No hay década, al menos desde Bretton Woods, que la política, que la protesta social, que la cultura, no hayan sido guiadas por la deuda. O la imposibilidad de acceder a ella, como durante el periodo de 1930 a 1970.
“Una herencia severa”, le llaman Felipe Larraín y Beatriz Armendáriz, en su libro “The Economics of Contemporary Latin America” (MIT press), quienes explican que la falta de acreedores privados extranjeros fue, más que cualquier otro factor, el principal motivo del atraso en infraestructura y cobertura de servicios públicos en la región. Una herencia que si se le pregunta a un argentino responderá, en un ejercicio retrospectivo a lo Bioy Casares, que llegó para quedarse, y nunca, como el peronismo, se ha ido.
Ya era mucha
Y sí, la deuda vuelve estar latente con el coronavirus. Está al servicio de las proyecciones de los técnicos pero también para el suplicio de los ciudadanos que ven, otra vez, cómo se irá otra década pagando la deuda. ¿Quién va a pagar?, preguntan muchos. No se sabe, por ahora, pero sí se conoce que será enorme, por su monto y pasado, ya que antes de la crisis “América Latina tenía ya tenía mucha deuda”, advirtió hace poco José Ángel Gurría, secretario de la OCDE.
Las condiciones preexistentes de Latinoamérica antes de la pandemia no eran muy alentadores. Bajos ingresos fiscales, altos niveles de endeudamiento (el 29.8% del PIB en 2011 a 43.2% en 2019), crecimiento anémico (promedio de 0.4% entre 2014 y 2019), y -quizá lo más preocupante- una dependencia absoluta de las exportaciones de productos básicos crearon la tormenta perfecta para abrir la puerta a la recesión, que ha aguardado por unos meses y fue bloqueada por las remesas, el turismo y -el de siempre- el petróleo, hasta ahora.
Dejar de endeudarse, sin embargo, no parece una opción. Hasta los países más prósperos han optado por ampliar el gasto público y dotar sus estados de amplios mecanismos financiación en salud, educación y seguro de desempleo. Latinoamérica no ha sido la excepción. Según el economista jefe del Banco Interamericano de Desarrollo, Eric Parrado, los niveles promedio de deuda en la región “aumentarán del 57%% antes de la pandemia al 71-76% en 2022”. El mayor problema, dice el experto, es que la deuda se está acumulado a un ritmo “peligroso”.
Ante el endeudamiento, el paradigma económico tendrá que cambiar o modificarse. En 1930, decía The Economist, el desafío “fue prevenir las depresiones”. Luego, en la antesala y posterioridad de la “crisis de la deuda”, la estanflación (estancamiento de la economía). Y ahora parece una mezcla de todo. “Reformar el sistema financiero, implicar delegar el poder de fuego fiscal a los tecnócratas y explotar el camino revolucionario que entre los consumidores de la banca tradicional a los pagos fintech y digitales”, escribe la revista.
Impuestos y política
Endeudarse trae implícitamente un afán por el futuro. Además de los compromisos para pagar la deuda, las decisiones tomadas tendrán efectos electorales. La historia reciente de Latinoamérica ha mostrado que la crisis económica, cuando las entradas de capital son anticíclicas, y “la dependencia de los productos básicos limita la recuperación impulsada por las exportaciones”, obligan a los gobiernos a adoptar políticas neoliberales para atraer al capital extranjero.
Es posible, con la salida fugaz de capital extranjero y la desaceleración económica por cuenta de los confinamientos, que los gobiernos adopten políticas a favor del libre de mercado, la innovación y los empleos. Políticamente la evidencia (recogida entre 1978 a 2006), según la profesora de Daniela Campello de la Fundación Getulio Vargas, demuestra que las crisis monetarias en la región han aumentado la probabilidad “de que los presidentes que hacen campañas en políticas orientadas al Estado cambien a un programa orientado al mercado”.
Las dimensiones de la crisis del coronavirus hacen pensar que la mayoría de los países optarán en los próximos años por seguir el camino de lo que se venía haciendo antes. Endeudarse, acelerar su aparato productivo y lograr acuerdos de pago a largo plazo. Pero siempre está, vigente como el Amazonas, la deuda y quién se va a hacer responsable de ella.
Para varios economistas las medidas de austeridad que lleven al pago de las deudas no son la principal opción. Recientemente el Consenso de Washington ha dejado un sabor agrio en la región dada su obsesión por lo austero. Es claro que disminuir el tamaño del Estado y sus programas son parte, pero no la principal medida. Parece que antes, y como eje central, se debe ampliar la tributación, que según el índice promedio de impuestos a PIB en Latinoamérica es de 11.4 por debajo del promedio de la OCDE.
En la antesala de probables reformas tributarias estructurales, parece convincente el argumento de que necesariamente se requiera un régimen de impuestos sobre la renta con efecto redistributivo, como propone José Antonio Ocampo en la revista America Quarterly.
La deuda está para quedarse por un largo tiempo. Saber cómo atajarla implica un esfuerzo colectivo, histórico y económico, que no desemboque en la tentadora propuesta de no pagar y decir que todos los acreedores son unos “buitres”.
*Candidato a MPhil en Estudios Latinoamericanos en la Universidad de Oxford
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