EE. UU. el anfitrión, cerró la puerta sin haber empezado.
Cerrar las puertas a Cuba, Nicaragua y Venezuela provocó la no asistencia de México, tampoco estarán los presidentes de Bolivia, Guatemala, Honduras y Uruguay (Este último por enfermedad) los siete primeros por diferencias ideológicas y políticas. Argentina al igual que una veintena de países han protestado y ello ya ha creado un clima que aísla la credibilidad y las buenas pretensiones con que se presenta el evento.
“Construir un futuro sostenible, resiliente y equitativo” es un gran slogan sin duda, suena emancipador y altruista, pero de muy poca credibilidad. Las voces de rechazo en análisis de expertos de todos los países invitados tienen dos grandes asideros en la política Norteamérica, el desdén con que Washington ve a Latinoamérica y el flagrante intervencionismo mundial.
La administración de Joe Biden con sus vacilantes y tibias posiciones en torno a problemas como la migración y el narcotráfico, y la asistencia a regañadientes de muchos de los países asistentes rompe en esencia el objetivo natural de unión y confraternidad entorno al fortalecimiento de los lazos económicos.
Una cumbre que provoca millones de dólares en costo y que históricamente ha dejado más fracasos que avances en sus conclusiones repletas de retoricas intrascendentes esta vez no tiene una mejor consideración, una clara demostración de que Latinoamérica no es una prioridad para EE. UU.