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JOSE ALFREDO JARAMILLO
larepublica.com
Transitar por las calles de la capital vallecaucana da la sensación romántica de un viaje en el tiempo, las construcciones de los 50’s a los 80’s, la entonada calle quinta, la inerte calle sexta y el atardecer del oeste rodeado por íconos como la visionaria Torre de Cali, Cristo Rey y las Tres Cruces, evocan glorias pasadas y provocan entregarse a la fiaca presente en las esquinas. La Cali de hoy está dormida en sus laureles, cada vez se asemeja más a las calles de La Habana, congeladas en el tiempo y deterioradas en el régimen. A las calles de Buenos Aires, que desentonan entre la gloria de finales del siglo 20 y las migraciones de pobreza de los países vecinos.
Cali dejó de ser sinónimo de civismo y progreso. Atrás quedaron las chimeneas prendidas, la prosperidad fruto de la legalidad, el orgullo, y la esperanza. En su lugar, la Cali de hoy alberga miles de desplazados de las diferentes patologías del conflicto del suroccidente del país, y de Venezuela. Campean en las esquinas los rezagos de la mafia conocida y por conocer, de las guerrillas desmovilizadas y las que nunca se acabaron, de los grupos al margen de la Ley que germinan en la fértil tierra, de la minería ilegal propia de los paisajes del pacífico y las riveras de sus afluentes, de los indocumentados con acentos del Caribe. Atrás quedó el progreso, y en sueños y letargo conviven caleños en la cotidianidad de víctimas y victimarios.
Dadas la condiciones anteriores, no fue extraño que el tejido social de la ciudad se deteriorara, que el talento se fugara y con él la competitividad y la esperanza. Que se perdiera el espacio público, que caminar por las calles no sea posible sin la amenaza del atraco. Que el dinero en efectivo propio de la ilegalidad inunde las calles, y que la sensación de seguridad brille por su ausencia. En el entretanto, Cali y sus gentes, siguieron en sueños. Aquellos sueños de salsa, tardes caleñas, y beneficio propio, que nublan por ratos la realidad de inseguridad, apatía, ilegalidad y necesidad.
Es que Cali se presta para soñar, basta comparar a Cali con las realidades de algunos otras ciudades-región del país, para de bulto observar todo el potencial que se desperdicia a diario. Barranquilla, no muy agraciada por su geografía y recursos naturales, en solo once años se transformó, creció en infraestructura, educación, inversión y esperanza. A Barranquilla solo le bastó un Alcalde que a su manera y la de su gente, entre folclor y pasión, organizó la ciudad. Barranquilla se volvió atractiva en tres periodos de elección popular, se inauguraron calles, puentes, colegios, parques, y hasta se sembraron árboles. En consecuencia el barranquillero respondió invirtiendo con esperanza, hablando bien de su ciudad y hasta regalándole arte y progreso. Barranquilla hoy vibra en esperanzas presidenciales, y en la ejecución de megaproyectos que encuentran afinidad con gobiernos electos.
Cali y sus gentes necesitan dejar de andar en sueños, en especial los agentes que pueden generar el cambio. Cali requiere orden, pujanza, resolución de conflictos, y esperanza. Las bases están dadas por la administración actual, pero ver el cambio requiere continuidad, diálogo, esfuerzo, y entendimiento de la problemática regional en consenso con la nacional. Cali requiere una visión de empresa, de inclusión con producción, de estrategia y competitividad, de integración de víctimas y victimarios. Cali necesita de más economía fraterna. Cali necesita de liderazgo y su gente de líderes, lo demás esta dado.