Presente en los grandes acontecimientos, unos le vieron como político visionario que ordenó el mundo, otros como un detractor de la realidad y rastros de sangre.
Heinz Alfred Kissinger, Nació en 1923 en Fürth, Franconia, Inmigrante judío, ciudadano estadounidense hizo parte de esa generación de políticos que todavía entendían que la verdadera habilidad política reside en mantener la paz, la legitimidad y el equilibrio.
Se incluyó en los grandes acontecimientos mundiales, provocó decisiones y dejó advertencias sobre los desafíos venideros.
Durante la Guerra Fría, fue el ideólogo de la distensión entre EE.UU. y la URSS, y restableció los lazos entre EE.UU. y China.
Para EE.UU. representó el más grande político del último siglo, diplomático y protector de la seguridad del país al que emplazó a abandonar la improductiva posición de “todo o nada”.
“Rusia ha sido una parte integral de Europa durante más de 400 años y, por lo tanto, debería No ser empujado a una alianza permanente con China”.
“Con demasiada frecuencia la cuestión ucraniana se presenta como decisiva: si Ucrania se unirá al Este o al Oeste. Pero si Ucrania quiere sobrevivir y prosperar, no debe ser un puesto de avanzada de un lado contra el otro: debe funcionar como un puente entre ellos”.
“Occidente debe comprender que para Rusia Ucrania nunca puede ser sólo un país extranjero”. Una política sabia de EE.UU., dijo, sería promover la unidad, no la división, del pueblo ucraniano. Pero no escucharon al político experimentado.
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Fue denunciado como el maestro de la frialdad en la realpolitik, poco escrupuloso, anticomunista y con destrucción a su paso en Vietnam, Camboya, Bangladés, Chile, Chipre, Timor Oriental, Israel, Argentina, Africa del Sur, China
Para algunos, era un titán de la política exterior, el sobreviviente del Holocausto que construyó una brillante carrera como máximo diplomático de Estados Unidos y asesor de seguridad nacional dejando una huella duradera en la historia.
Pero para otros, un criminal de guerra, cuyo brutal ejercicio de realpolitik dejó un rastro de sangre en todo el mundo: se estima que tres millones de cadáveres en lugares remotos, desde Argentina hasta Timor Oriental.