Muchos aún sueñan con el regreso a la normalidad, le apuestan a las vacunas, otros saben que ellas están reservadas a los más ricos
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El 11 de marzo de 2020, los casos confirmados de COVID-19 sumaban 125.000 y las muertes reportadas superaban por poco las 5.000. Hoy, 117 millones de personas se han infectado en todo el mundo y, según la Universidad Johns Hopkins, más de 2,6 millones han fallecido.
El mundo se cerró, las calles fueron abandonadas, escuelas, y empresas como todo quedaron vacías, no hubo mas viajes internacionales, las economías cayeron, se provoco una disputa transatlántica, las manifestaciones políticas invadieron sociedades y cada gobernante centralizo la información conforme a sus intereses que en muchos casos resultaron de gran afectación, la muerte nos consumió. Pronto las mascarillas taparon los rostros de la desesperanza que creció llevando hambre y desolación. Pero los grandes capitales encontraron tierra fértil para crecer su capital, las grandes organizaciones intervinieron ahora a sus competencias y abonaron terreno para canalizar a través de la nueva poderosa arma para combatir el virus, la ciencia investiga para provocar las vacunas que producen multinacionales de los países ricos.
Los aeropuertos se llenaron de multitudes sin mascarilla en los días posteriores. Pronto quedarían vacíos. Y eso, para gran parte del mundo, fue solo el principio.
En Estados Unidos, el país más golpeado por el virus en el mundo, 29 millones de personas han pasado la enfermedad y 527.000 han muerto.
Hay una luz al final del túnel, la vacunación no alivia el drama de un año pandémico interminable, todos ahora deseamos como nunca caminar libremente el mundo y estar con la gente que queremos