Era marzo del 2013 el mundo recibía con grata sorpresa el humo blanco de la Capilla Sixtina, anunciaba que había un nuevo papa, más aún para América Latina el elegido era un latinoamericano: el argentino Jorge Mario Bergoglio. Jesuita. Eligió llamarse Francisco.
Francisco cautivó con su humildad, su compromiso con los excluidos, sus gestos de austeridad. Como líder asumió grandes desafíos y se incluyo en la realidad de la humanidad en el siglo XXI /LP7D/Vatican News/
“El tiempo es presuroso, no sé si se dice pressuroso o pressante en italiano, tiene prisa. Y cuando quieres agarrar el hoy, ya es ayer. Y si quieres coger el mañana, todavía no ha llegado. Y te quedas en esta tensión de un hoy que es ayer y no mañana. Vivir así es algo nuevo. Estos diez años creo que han sido así… hoy pensando en mis diez años: sí, sí, pero es este estado, ¡vamos! Una tensión, vivir en tensión”.
De las miles de audiencias, los cientos de visitas a diócesis y parroquias, y los cuarenta viajes apostólicos a todos los rincones del planeta, el Papa guarda un recuerdo preciso en su corazón. Lo identifica como «el momento más hermoso»: «El encuentro en la Plaza de San Pedro con los ancianos», la audiencia, es decir, con los abuelos de todo el mundo el 28 de septiembre de 2014.
“Los ancianos son sabiduría y me ayudan mucho. Yo también soy viejo, ¿no? Pero los ancianos son como el buen vino que tiene esa historia añeja. Los encuentros con ancianos me renuevan y me rejuvenecen, no sé por qué… Son momentos hermosos, preciosos”.
“Detrás de las guerras está la industria armamentística, esto es diabólico”, dice Francisco.
‘No esperaba que él, un obispo venido del fin del mundo, fuera el Papa que dirigiera la Iglesia universal en tiempos de la Tercera Guerra Mundial. Pensaba que lo de Siria era algo singular, luego vinieron los demás’.
“Me duele ver a los muertos, jóvenes -sean rusos o ucranianos, me da igual- que no vuelven. Es duro”.
“Tres palabras: fraternidad, llanto, sonrisa… Fraternidad humana, todos somos hermanos, reconstruir la fraternidad. Aprender a no tener miedo de llorar y sonreír: cuando una persona tiene miedo de llorar y sonreír, es una persona que tiene los pies en el suelo y la mirada en el horizonte del futuro. Si uno se olvida de llorar, algo va mal. Y si uno se olvida de sonreír, es aún peor”.