«EEUU se ha convertido en un experimento social fallido, un imperio decadente incapaz de satisfacer las necesidades básicas de su gente», sostiene Cornel West
La pandemia ya ha dejado una lección evidente: las profundas fracturas sociales de Estados Unidos en cuestiones de raza, divisiones políticas, género, pobreza y desinformación han sido determinantes en su incapacidad para enfrentar la enfermedad. COVID-19 han dejado al descubierto las dificultades de la nación más rica y poderosa del planeta.
En teoría, la COVID-19 mataba a todos por igual, capaz de destruir los pulmones de los estadounidenses sin hacer distinciones por el color de la piel o los papeles de residencia. Pero ahora que Estados Unidos pasa el umbral de los 100.000 muertos, es evidente que la pandemia se está convirtiendo en un gigantesco desastre racial. Según las cifras recopiladas por el Laboratorio de Investigación APM en 40 estados, los afroamericanos están muriendo a un ritmo casi tres veces superior al de los blancos.
La Administración Trump dice que la alta mortalidad entre los negros estadounidenses se debe a que tenían peor salud. «Mayores perfiles de riesgo», como dijo el secretario de Sanidad, Alex Azar.
Según el activista Harvard Cornel West, «El virus se topa con unas instituciones y estructuras profundamente racistas que ya existían, con el telón de fondo de la desigualdad de la riqueza», «Estados Unidos se ha convertido en un experimento social fallido, un imperio decadente incapaz de satisfacer las necesidades básicas de su gente».
Segun una encuesta de la Universidad de Chicago, el 77% de los demócratas quiere que las medidas de confinamiento se mantengan todo lo que haga falta para proteger la salud. Entre los republicanos, sólo el 45% opina lo mismo. «La política, más que la economía, está dividiendo a los estadounidenses», concluyen los investigadores de Chicago.
Trump ha adoptado una postura similar. En lugar de actuar por el bien de toda la nación, ha hecho política con la provisión de suministros médicos de emergencia federales a los estados, asignándolos en función del partido gobernante. Estados con un Gobierno republicano como Florida han recibido todos los suministros médicos de emergencia solicitados, mientras los demócratas recibían menos de lo que pedían.
En la ciudad de Nueva York, la tasa de muertes para los hombres es casi el doble que para las mujeres. Pero en el resto de aspectos, las mujeres son las que están soportando el peso mayor de este contagio histórico.
El 55% de los empleos perdidos el mes pasado estaban ocupados por mujeres. Dentro de casa, la carga también ha recaído sobre las mujeres. O bien porque están dentro del 80% de familias monoparentales encabezadas por una mujer o bien porque están en una relación heterosexual donde ellas asumen la mayor parte de la educación en el hogar. Por no hablar del típico desequilibrio en lo que se refiere al cuidado de los niños y a las tareas del hogar, que en estos días se ha intensificado.
El Coronavirus en Estados Unidos es una enfermedad de pobres. Esa es la opinión del reverendo William Barber, copresidente de la ONG Poor People’s Campaign. «Están forzando a la gente a trabajar, con los beneficios por encima de la seguridad», sostiene. «Esta pandemia pondrá de relieve de qué manera la pobreza y nuestra voluntad de permitir que la gente siga viviendo en la pobreza, representa un peligro claro y real para todos nosotros».
Como con el racismo, la división de la desigualdad de ingresos se hace especialmente evidente en la ciudad de Nueva York, donde han muerto más de 21.000 personas del total de 100.000. Catalogados como «trabajadores esenciales», muchos de los neoyorquinos de bajos ingresos que viven en los barrios periféricos se han visto obligados a arriesgar la vida al presentarse a trabajar todos los días. Mientras tanto, los barrios ricos de Manhattan parecían pueblos fantasma después de que sus residentes huyeran a sus residencias de vacaciones.
Tener mala información cuesta vidas. Puede hacer que los estados reabran sus economías demasiado rápido y que las personas bajen la guardia exponiéndose al virus. Como dijo Wardle, «cuando los historiadores miren atrás y vean todo esto tendrán una idea mucho más clara de cómo la desinformación provocó en el mundo real daño y muerte».
CON INFORMACION:eldirio.es / Traducido por Francisco de Zárate