Sobrepuestos al embate pandémico, muchos docentes universitarios quedaron a la vera del camino, no es su culpa, de nadie, este es un mundo que no deja de girar porque es su razón y en la que los docentes universitarios trascienden de la ilustre figura del conocimiento a la de indoctos fundamentalistas enfermizos y ausentes de la realidad.
Para aquellos que llegaron a la docencia por sólo accidente y vegetaron en una rancia narrativa, el mundo había terminado, habían muerto sin darse cuenta, trabajaban en el embrutecimiento de sus alumnos…
Viví la experiencia de hacer y orientar la docencia en un programa de marketing y comunicación, profesionales de diferentes áreas asistieron al proyecto que avanzamos con suficiencia, otros a paso de cangrejo, otros más saltaron por la popa muy pronto. El equipo ingresó en la realidad virtual, el mundo se hizo más cercano y pequeño, por ende, global y competido. Entonces también iniciaba mi anhelada idea de llevar a las organizaciones intensos programas de certificación en servicio y cultura. Ciertamente tomamos ventaja y definimos el futuro de la no despreciable cifra de más de 3000 nuevos profesionales influidos en la dimensión de que el alumno estaba pasando de ser un estudiante para convertirse en un cliente, algo en consonancia con la tendencia privatizadora del sistema universitario.
Pronto redefinimos las tareas que influyeron en toda la institución universitaria y abanderamos por años una relación que reconocí más tarde en grandes universidades y en concordancia con la teoría de la socióloga Rosa Caramés, “Todas las cosas materiales e inmateriales tienen un precio y un valor, que no tienen por qué coincidir”, agregamos entonces que como todo se ha mercantilizado, lo único que parecía sustentar la relación profesor – alumno era el precio de la matrícula estaba empezando a terminar, el conocimiento y su proceso de adquisición se consolida de manera mutua y desde luego bajo unos cánones más humanos.
Y si, todo empezó cuando un padre de familia nos preguntó si la carrera que estudiaría su hijo era la misma que ofrecía una reconocida universidad capitalina, si aquí pagaría solo una décima parte del valor de la otra, entonces ¿cuál era mejor?
Desalineados del sistema feudal de la academia que evidenciamos hasta los albores de este milenio, las respuestas a múltiples cuestionamientos sobre calidad y contenidos, las encontramos en un factor novedoso, autentico y futurista; el profesor se tiene que poner al servicio del alumno, terminó el sólo énfasis en el profesor.
El alumno ahora evolucionado paso a ser reconocido como alguien que tiene derechos; pensar, opinar y exigir, situaciones que profesores y administrativos no aceptan, se niegan al giro obligado y se someten a él burnout, con situaciones que deviene en el maltrato hacia los alumnos, y otras impropias de este tiempo, como la arrogancia y la prepotencia.
Recuerdo al profesor Carrera, eminente jurista, peleando en cada clase con su material añejo, insistía que el viejo retroproyector mostraba con mayor nitidez sus imágenes. Si bien muchos inventos aún esperan su perfeccionamiento y sucede similar con las relaciones profesor – alumno, no implica que debamos esperar, debemos avanzar a la par y aun cuando el progreso necesariamente no implica ir hacia adelante a toda costa, es probable que la sapiencia y comportamiento suficiente en la relación de cliente se encuentre más allá del uso del viejo proyector.
Considero ahora que cargarse de paciencia, convencerse de que todo lleva su tiempo y que el desafío de querer lo mejor exige no un cambio porque si, exige un cambio medible y validado en los comportamientos del cliente alumno. Los objetivos de las instituciones universitarias y universidades están hoy fijados en los indicadores de la experiencia… el cumplimiento de las condiciones entre una u otra institución educativa en que median, marca, espacios físicos, pedagogía de acceso al conocimiento, pero por encima de ello las condiciones del profesor para integrarse a un equipo que responda a las exigencias de todo tipo que su cliente demande.
Universidades como Harvard y Oxford, han desarrollado por años el soporte de su éxito académico en la ilustración de modelos participativos con base en la experiencia de cliente, los resultados y condiciones para sus logros están parametrizados en las intervenciones de quienes sin saber un día pueden hacer parte de sus programas de estudios y también de quienes graduados allí y contienen una métrica del servicio que consagran en cada actividad y desempeño en cualquier lugar del mundo.
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