‘Informe McCarrick’ investigación vaticana admite que ni Juan Pablo II ni Benedicto XVI hicieron nada por evitar los abusos del excardenal de Nueva York
Este es Theodore McCarrick, cardenal expulsado de la iglesia católica por el papa Francisco, y acusado de pederasta
Es McCarrick, y es Estados Unidos, pero antes fueron Maciel y los Legionarios, los pederastas de Boston, Karadima o Renato Poblete en Chile, Figari y el Sodalicio en Perú. Y son los abusadores de Astorga o del Opus Dei en España, sólo por poner varios ejemplos. Y es, sobre todo, una dinámica de ocultamiento y encubrimiento que, como ha destapado el Informe McCarrick, llegaba hasta el mismísimo Vaticano, donde tanto Juan Pablo II –con la inestimable ayuda de su secretario de Estado, Angelo Sodano, y su secretario personal, Stanislao Dziwisz– como Benedicto XVI no supieron, o no quisieron, frenar los abusos sexuales y de poder en su cúpula. El encubrimiento de la Iglesia ha silenciado el dolor de las víctimas y protegido a los culpables.
«En el momento del nombramiento del arzobispo en Washington Theodore McCarrick en 2000, la Santa Sede actuó sobre la base de información parcial e incompleta. Desgraciadamente, se cometieron omisiones y subestimaciones, se tomaron decisiones que después se evidenciaron equivocadas». Esta es una de las conclusiones del Informe McCarrick presentado este martes por el Vaticano, después de dos años de estudio, y que desvela la mala praxis del entramado eclesial que permitió a este depredador alcanzar las grandes cotas de poder en la Iglesia estadounidense y vaticana, mientras sus víctimas eran forzadas a callar, viviendo una eterna doble condena: la de los abusos y la del silencio, atenazado por el encubrimiento de la jerarquía católica. Una práctica que, por desgracia, se ha dado en medio mundo. Australia, Estados Unidos, Irlanda, Alemania, Reino Unido, Perú, Chile, España…
Como McCarrick, Marcial Maciel. Posiblemente, el mayor depredador en la historia reciente de la Iglesia católica, que abusó de casi un centenar de niños durante décadas, muchos de los cuales acabaron convirtiéndose en victimarios dentro de un entramado corrupto y de silencio, en el que ‘nuestro padre Maciel’ resultaba intocable. Y, mucho peor: eran las víctimas las culpables. Los Legionarios de Cristo tardaron más de tres décadas en reconocer los abusos de su fundador, protegido como en el caso de McCarrick por Juan Pablo II y su fiel Estanislao Dzwisz, que ahora también ha sido acusado de ocultar abusos en Polonia. La contrapartida, en ambos casos, era evidente: una fuerte financiación proveniente de México y Estados Unidos, y nuevas vocaciones sacerdotales para el proyecto de involución en la Iglesia católica. Roma cumplió, ninguno pisó la cárcel.
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