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En la cxhab wala (gran ciudad), como la llaman los Nasa, los indígenas colombianos trabajan, estudian, hacen rituales, nombran sus autoridades y se organizan para fortalecer sus tradiciones y para reclamar sus derechos.
Han logrado que la administración de la ciudad establezca una política pública para la población indígena, reconozca la existencia de 14 cabildos y financie el funcionamiento de la Casa de Pensamiento Indígena, un espacio donde se gesta el fortalecimiento de sus saberes ancestrales.
También existe un cabildo indígena universitario. Sus integrantes caminan en dos mundos: se apegan a sus tradiciones, pero se conectan a través de Internet y usan las redes sociales para promover sus actividades.
Los indígenas más visibles son los Embera. Permanecen en los alrededores del Museo del Oro y en la tradicional carrera séptima. Allí venden sus collares de diseños y colores alucinantes y les piden dinero a los peatones. Viven en condiciones difíciles mientras sueñan con un regreso improbable a sus territorios.
Otros indígenas lograron acomodarse a las exigencias de la urbe y escalaron en el complejo entramado de esta metrópoli de ocho millones de habitantes. Una joven arhuaca de la Sierra Nevada de Santa Marta, por ejemplo, llegó hace algunos años al concejo de Bogotá. Otra mujer de la misma etnia es magistrada de la Justicia Especial de Paz. Existen, además, decenas de profesionales de distintas áreas que trabajan como consultores y empleados públicos. La mayoría, sin embargo, tiene empleos de obrero raso o en el comercio informal.
Bogotá, además, alberga a los descendientes de los Muiscas o Chibchas, quienes poblaban una amplia región de Cundinamarca y Boyacá a la llegada de los conquistadores españoles. En esta Bogotá mestiza (Bakata para los Muiscas) sobreviven nombres como Usaquén, Teusaquillo, Usme, Engativá y Fontibón; además de docenas de apellidos que resistieron a la espada y el mestizaje.
Por esa razón, aunque extraños en esta caótica urbe del siglo XXI, los indígenas que viven en Bogotá saben que estas tierras les pertenecieron a los Muiscas y que el espíritu de los zipas que aquí gobernaron se mantendrá vivo mientras conserven el camino del conocimiento propio.