Los talibanes están tomando Afganistán de regreso por asalto, por lo que el país pronto volverá a ser un depósito para los combatientes islamistas de todo el mundo.
En la guerra no solo existe la dinámica de la victoria, también hay una dinámica de la derrota. Por lo general, estos dos fenómenos aparecen al mismo tiempo. Esto se puede observar claramente en Afganistán .
Mientras una ciudad importante tras otra cae en manos de los talibanes, las tropas del gobierno afgano están tirando sus armas y huyendo en todas direcciones. Con la caída de las ciudades de Herat y Kandahar, la guerra aún no se ha decidido. Pero cualquiera que actualmente quiera apostar por la bandera blanca de los talibanes que ondea sobre Kabul a finales de otoño, difícilmente puede perder.
Se ve de manera similar en Washington y Londres. El de EE.UU. está reubicando 3.000 marines a la metrópoli de Afganistán, que se supone que asegure la posible salida anticipada del personal de la embajada. La Casa Blanca teme el «momento Saigón»: la icónica foto de abril de 1975 muestra un helicóptero militar en el techo de una casa en la capital, Saigón, al que personas desesperadas intentan llegar. Nada expresa más dolorosamente la vergüenza de la derrota estadounidense que esta foto.
La apresurada retirada estadounidense ha abierto todas las compuertas. El gobierno representativo «democrático» de Kabul evidentemente tiene muy poca credibilidad en el país, al igual que el ejército afgano de 300.000 efectivos, que está armado con armas occidentales: con la excepción de unas pocas fuerzas especiales, casi nadie quiere luchar.
Los talibanes aterrorizarán a la gente, aterrorizarán a su pueblo con su comprensión brutal y atrasada del Islam. Oprimirán a las mujeres del país, las tratarán como ganado. Sin embargo, sobre todo, su «emirato» podría volver a convertirse en un reservorio para los combatientes internacionales, la tierra prometida del movimiento yihadista global.
A finales de los noventa, el «Emirato de Afganistán» era la Meca de los santos guerreros, hogar de príncipes del terror como Bin Laden. Si los talibanes vuelven a gobernar Kabul, fascinados por el éxito, sirios, libios, egipcios, chechenos, uzbekos, paquistaníes, indonesios o uigures volverán a pasar al Hindu Kush. No solo rezarán y beberán té, sino que querrán llevar la lucha a sus países de origen y a Occidente. Entonces, a más tardar, quedará claro cuán equivocada fue la apresurada retirada de Estados Unidos y sus aliados.