Es posible que esta pandemia esté creando nuevos y diversos ecosistemas, que no sean otra cosa que lo que llamamos nueva normalidad
La pandemia de covid-19 ha supuesto un gran desafío al turismo y las actividades e industrias relacionadas.
La enorme relevancia del sector turístico en el conjunto de la economía y que la pandemia se haya producido antes de las vacaciones de verano en Europa han comprometido seriamente la previsión de ingresos por este concepto.
Ante la crisis, una práctica generalizada por parte de las empresas del sector ha sido apelar a las ayudas provenientes de las administraciones públicas.
“¿Qué hace la naturaleza cuando se topa con desafíos y oportunidades? Evoluciona. Y si le resulta posible, cambia y se adapta. Y cuanto mayor sea la presión, más rápidos y extensos serán los cambios que se produzcan”.
En su obra, Schilthuizen, ecólogo evolutivo, se enfrenta al reto de mostrar la evolución en periodos cortos y bajo la intensa presión de las grandes urbes.
En el caso de la Covid-19, las dimensiones y las dinámicas de la pandemia reclaman un marco analítico de amplitud interdisciplinar, como el que ofrece la teoría de la evolución de Darwin, un gigante que se adelantó a los tiempos gracias a la riqueza del debate científico en la Inglaterra victoriana.
Los últimos treinta años, con los impresionantes avances de las ciencias biomédicas y biológicas, permiten declarar que la teoría de la evolución no es solo una teoría sino una gran rama de los conocimientos científicos.
España es un destino turístico internacional de primer orden. Y a nadie se le oculta que desde su boom a finales de los años 50 y principios de los 60 del siglo XX, el modelo impulsado sigue vigente.
Un modelo de sol, playa, chiringuito y terraza soportado por la especulación inmobiliaria, arropado por el clima de una gran parte del territorio peninsular e insular, y aderezado con actividades de ocio nocturno.
Un modelo sin excesivo interés en la explotación sostenible del territorio y los recursos naturales, con “un efecto depredador incalculable sobre nuestra naturaleza y sobre la sociedad, su cultura y sus comportamientos éticos” y con los problemas asociados de estacionalidad y precariedad en el empleo.
Pero sería injusto no reconocer que en los últimos tiempos el turismo europeo ha evolucionado. Un indicio de eventuales movimientos evolutivos es el dato de ocupación en turismo rural que, en este verano marcado por la pandemia, apunta hacia otro tipo de espacios y actividades de ocio.
En contra de lo que preconiza el neoliberalismo (a partir de un error de interpretación), la evolución no implica la supervivencia del más fuerte, sino la del que mejor se adapta al entorno, y no conduce a la desaparición de los más débiles sino la de los que no se adaptan al cambio.
Quizás este sea el momento de recuperar el concepto de avance a través del ensayo y error que maneja la economía evolutiva.
La vertiente ecológica de la evolución que ha encontrado Schilthuizen tiene su correlato en la economía ecológica, que tiene su representante más popular en Jeremy Rikfin, inspirador y promotor de una transformación radical del modelo económico y social sobre la base de un Green New Deal global.
Convendría, por tanto, una reflexión por parte de todos los actores implicados en el hecho turístico: desde las empresas y profesionales que viven de él hasta quienes lo disfrutamos, pasando por las administraciones competentes.
Esta reflexión estaría encaminada a iniciar un cambio y adaptación, en la medida en que la emergencia y el cortoplacismo impuestos por la pandemia nos lo permitan; a evolucionar ante los desafíos, que también suponen oportunidades, tal y como hace la naturaleza de la que, no nos olvidemos, los seres humanos formamos parte.
En una reciente entrevista, el economista y premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales 2020 Dani Rodrik pronostica que en España los empleos de calidad vendrán no de la manufactura, sino de los servicios. Y señala concretamente el turismo y las finanzas.
En el caso particular de la industria turística, anhelamos que esta sea capaz de innovar y ofrecer un turismo más creativo, diverso, sostenible, menos multitudinario e invasivo, más imaginativo y más interconectado con otros sectores como la cultura y la ciencia.
También se requiere un cambio social, una evolución cultural que cambie la percepción colectiva y la conducta individual sobre el hecho turístico.
Es posible que esta pandemia esté creando nuevos y diversos ecosistemas, que no sean otra cosa que lo que llamamos nueva normalidad. Aunque quizás deberíamos hablar de nuevas normalidades, a las que el turismo deberá adaptarse controlando y (re)conduciendo su capacidad evolutiva para adaptarse a las tensiones evolutivas que configuran esos nuevos ecosistemas ‒naturales, sociales, emocionales, económicos y políticos.
Sanjay Sarma, vicepresidente de MIT Open Learning, considera que no se trata tanto de reconstruir el mundo, sino de ir adaptándolo según avanza la crisis.
El desafío es complejo y multidimensional y por tanto así ha de ser la respuesta. Se trata de cambiar el entorno pero también de evolucionar, cambiando y adaptándonos como especie a los retos que se nos plantean.
La cuestión es, en definitiva, establecer una relación distinta con el planeta, con nuestro entorno natural y con nuestros semejantes. Una relación más colaborativa y adaptativa en términos evolutivos.
CON INFORMACIÓN: theconversation.com