Quienes ejercen liderazgo han de mostrar su condición de elevar con ellos a todos para alcanzar lo mejor, estimular sus ideales, limitar sus miedos, impulsar su esfuerzo y diligenciar el logro colectivo. Se equivocan quienes bajo el estigma de líder obligan al colectivo a sacar lo peor de su condición, incitando con su silencio y sordidez la conducta incorrecta de jugar y aceptar lo sucio y buscar una única conveniencia propia y de sus amigos. Es la muerte.
Mientras el país desangra por el coronavirus, por una la violencia oscura que ciega la vida de jóvenes y dirigentes sociales, por unas fuerzas políticas que se niegan a reformar y consolidar nuevas y mejores posibilidades con mentas sanas, frescas y progresistas, se va perdiendo el tiempo y se va perdiendo el rumbo en un momento de máxima exigencia que limite la creciente incertidumbre.
Tanto poseedor de la verdad absoluta, nos tienen adonde estamos y ahora, hay casi tantas soluciones como personas y ponemos en tela de juicio las alternativas del resto.
El futuro no es sólo post-covid, estaba señalado y se adelantó como mínimo una década y pasar hasta allí cuesta. El problema es que de un salto queremos llegar, con la misma carga del pasado y sin hacer uso razonado de los procesos, ya abrirán en la calle los restaurantes, los conciertos y espectáculos a cielo abierto son ahora una contingencia, pero pronto una condición de vida.
También la trasformación de todo sin dejar de soñar no como ayer sino como mañana con una sola condición, humildad.
Apuntar a la humildad como gran recurso en estos momentos, cohesiona y genera una esperanza en regresar a una normalidad. Es la vida.