Existen tres situaciones en el contexto de la guerra entre Rusia y Ucrania que no pasan inadvertidas, pero si negadas sistemáticamente.
En primer lugar, la guerra en si misma que no tiene un final cercano, cada día se promueve y se aboga por involucrar a más países. Las acciones de la OTAN, levantada sobre sus cenizas y nutrida por EE. UU. no van a cesar. Si bien Rusia tiene objetivos claros, la OTAN apenas los está buscando, su lánguida presencia en las guerras de Georgia y Crimea ahora le están cobrando. Ciudadanos de naciones involucradas ahora expresan su total desacuerdo al intervencionismo armado. Alemania es el primero.
En segundo lugar, el poder energético ruso es tan alto que una ligera respuesta a las sanciones que ha recibido por parte de la UE y EE. UU. conduciría a Europa a una situación de insostenibilidad. OTAN se va a romper, de hecho, Hungría es el primer país en desacuerdo, no ha firmado las sanciones contra Rusia. Van a pasar largos años antes de que Europa logre una infraestructura de autosuficiencia energética y de negociación incluyendo a países que ha considerado históricamente hostiles.
Y, en tercer lugar, que es lo más grave, es que los están armando. Ucrania, un país étnicamente indefinido, que tiene el segundo ejercito más grande Europa, que aún no es socio efectivo de la OTAN, que a través de sus nada notables lideres han logrado que sus exigencias en armas se cumplan. Ucrania un país que aboga independencia, con un limitado sistema de gobierno plagado de corrupción y arruinado por la guerra será altamente dificultoso. A la destrucción del país vendrá luego la reconstrucción por las inversoras, organizaciones estadounidenses y europeas, el riesgo es que Ucrania se haga insaciable y los están armando hasta los dientes.