GEORGETA BECKER
La pandemia también pone a prueba las relaciones. Pero la crisis de la amistad no es nueva.
Hace casi exactamente 20 años, Ernst Cabrera llamó a mi teléfono celular. No recuerdo cómo consiguió el periodista mi número en español. En ese momento me embarqué en la aventura de fundar una revista de la ciudad en Barcelona. Ernst, que emigró a la academia por inconformismos mediáticos, escribe y pasea el mundo con una vibrante experiencia de cliente, me ofreció su ayuda sin esperar nada a cambio.
De esta generosa oferta de ayuda surgió una amistad duradera, que ambos desatendimos temporalmente. “Mantener amistades es un trabajo duro”, parafrasea Ernst al malhumorado autor Thomas Bernhard cuando me comunico con él por teléfono. “Se necesita una inversión de tiempo”, explica, quien acaba de terminar el manuscrito de un libro titulado “Salvemos la amistad”.(Escrito en primera persona, Bernhard describe su relación con Paul Wittgenstein, con quien ha mantenido una relación de amistad con características particulares. Así, expone que el vínculo fue construido por ambos, aun a sabiendas de las enormes diferencias de apreciación que mantenían respecto de los hechos artísticos. Bernhard reconoce que esa amistad ha requerido de ingentes esfuerzos de uno y otro para sostenerse en el tiempo. Finalmente, escribe este libro para expurgar en parte su sentimiento de culpa por haber abandonado al amigo, negándose a visitarlo en sus últimos tiempos, porque el dolor de asumir el deterioro de los momentos finales le habría causado mucha más angustia que la ausencia; de esta manera, rescata del olvido y la intrascendencia la historia común que los ha tenido por protagonistas de una amistad sui generis.)
La razón de este libro fue la amarga experiencia por la que muchos tuvieron que pasar durante el período de encierro por el coronavirus: las restricciones de contacto dificultan el encuentro con amigos. El simpático amigo, con el que solíamos reírnos juntos con una cerveza, solo cotillea sobre supuestos daños a las vacunas y fábulas de tesis de conspiración sobre los Rothschild.(Dinastía europea judeo alemana)
Pero incluso antes de la crisis de Coronavirus era un desafío mantener las amistades «en nuestro mundo cronometrado», dice Ernst. A diferencia de los contactos de nuestra red, no persiguen ningún objetivo e incluso podrían entrar en conflicto con la lucha económica por el éxito.
El hecho de que la amistad excluya lo físico en contraste con la relación amorosa es el resultado de una idealización cristiano-romántica, explica Ernst, y me habla de la amistad erótica entre Sócrates y el general Alcibíades.
El afecto por el, según la tradición, atractivo héroe resultó fatal para el filósofo. Lo sedujo, fue la acusación, que luego Sócrates condujo al suicidio forzado. Platón lo estilizó como un buen espíritu, pero sus pérfidas intrigas políticas están históricamente documentadas. ¿No es Alcibíades el prototipo de un «falso amigo»?
La narrativa histórico-política de otras amistades históricas también es masculina, desde las bandas de antiguos líderes estatales hasta la diplomacia cardigan (sacos abiertos generalmente hasta debajo de la cadera) entre Mikhail Gorbachev y Helmut Kohl. Desde Franz Josef Strauss, los amigos se han convertido en sinónimo de relaciones dudosas e incluso de corrupción.
Coronavirus ha obligado la ausencia física del apretón de mano, del abrazo profundo, del encanto al palmear la espalda, posar la mano en el hombro, acoger la panza, cimbrar los pechos, rozar mejillas… todo cualquier cosa que vuelva no será amistad, porque ella ha sobrevivido aun en la prolongada ausencia.