Venezuela, Ucrania, Israel, palestina, Yemen…El mundo luce cada vez más fracturado, más multipolar con distintos centros de poder en el que EE.UU. ya no es el eje del mundo.
Las normas establecidas tras la II Guerra Mundial se pierden en la integración de distintas sensibilidades, ahora somos más y el frágil equilibrio de la guerra fría ha terminado.
El caos que asumimos ahora no es sólo geopolítico, tiene que ver también con el rediseño de la institucionalidad de cada Estado. Existe una sensación de gobernanza disuelta, cada uno hace lo que cree que debe hacer y ello constituye un multilateralismo respetable pero igualmente generoso. Escuchar al otro siempre será un gran presagio para un planteamiento directo.
Desafortunadamente muchos gobiernos se sumergen en la transnacionalización de la producción, en la globalización que mal interpretada ha hecho que los propios lideres pierdan el control sobre sus economías, sobre su gente y su futuro.
En la reorganización institucional y un mundo multipolar nos estamos perdiendo, no tenemos nada que lo sustituya y no aprendimos a gestionar. La Organización de Naciones Unidas hecha para provocar esa alineación, perdió sus papeles de frenar e intervenir proactivamente en solucionar conflictos, sin iniciativas perdió credibilidad como recién se determina en Ucrania y el oriente medio que son el mejor ejemplo de su desorientación e imposibilidad.
Los gobernantes ahora no saben cómo gobernar, antes que la ruptura del contrato social, les preocupa más aferrarse como sea al ejercicio del poder y dejan que la transnacionalización que concentra mercados y que son los intereses de otros se imponga. Eso es no saber gobernar, acomodarse plácidamente a las decisiones de los demás.
En el mundo, se acepta la gobernanza de grandes grupos sin saber que se está siguiendo imposición de EE.UU., China o Rusia, en Latinoamérica ha sucedido desde siempre y ahora en Europa se está evidenciando bajo la imposición de grandes conglomerados comerciales de esas potencias. Los países de allí pierden su independencia y hacen del multilateralismo su razón de ser.
Ucrania y Venezuela son el último y claro ejemplo de la condición del sometimiento.