La pérdida de poder del gobierno de Gabriel Boric es tan evidente. A la derrota del plebiscito constitucional llegó un acelerado ajuste al gabinete ministerial que en su desacierto provocó una mayor decepción que terminó con protestas de estudiantes y trabajadores enfrentados a la fuerza pública, violentos infiltrados y encapuchados, levantaron barricadas, quemaron autobuses y saquearon el comercio.
El presidente intranquilo y presionado debe buscar un soporte en los nuevos miembros de gobierno, pero sin la pifia y vergüenza que produjo el nombramiento de Nicolas Cataldo, sacado del ministerio de educación y llevado al del interior sin el mínimo de conocimiento de los asuntos tratados allí, y lo imperdonable, sin el menor respeto por los ciudadanos. Esta gracia apenas duró 29 minutos. Cataldo, amigo del presidente renuncio evitando un mayor conflicto, el daño estaba echo, no es con los amigos es con los que están preparados y ofrecen lealtad.
Chile enfrenta graves situaciones que ponen en jaque su estado de derecho, la inevitable recesión económica y la inseguridad social. Una pendiente reforma tributaria y una productividad en caída libre, 55% de incremento de muertos por violencia en el gobierno Boric y una carta magna de nuevo en discusión le hacen ver sin rumbo.
Un partido comunista que allegado al presidente Boric presiona bajo las tácticas de reducir al mínimo el concurso de la empresa privada mientras crece la estatización, dejando entrever a todas luces que no les interesa si su política es buena o mala, les interesa arreciar contra el centro y la derecha, correr la barrera ahuyentando la inversión extranjera que Boric pretende salir a buscar la próxima semana.
Con 500 mil empleos menos que en la prepandemia, masivos despidos de empresas que empiezan a mirar fuera de las fronteras, tasas de interés que no cesan de subir y una base electoral que se derrumba en medio de la desconfianza hacen del de Boric un gobierno en donde todo cambia para que nada cambie.