El 6 de agosto de 1945, el ejército de EEUU lanzó un arma atómica apodada “Little Boy” sobre la ciudad de Hiroshima, Japón; provocó una explosión equivalente a 15 kilotones de TNT, mató al menos 65.000 personas de inmediato y 100.000 hasta fines del mismo año.El 9 de agosto, tres días después, una segunda bomba nuclear “Fat Man” destruyó la ciudad de Nagasaki; al menos 80.000 muertos más y el fin de la Segunda Guerra Mundial.
La incomprensible locura ha sido ampliamente documentada y justificada pero eternamente lamentada. Hoy el mundo en un interés común apuesta a una disuasión nuclear como principio de racionalidad.
Nueve estados poseen arsenal nuclear y representan una permanente amenaza inaceptable para la seguridad global y la civilización misma. Todo producto de la frentica disputa que dejó el vació de poder después de 1945 y que Rusia y EEUU comandaron con varias fricciones (Guerra fría) al igual que la guerra que la precedió, tuvo un alcance global, pero siempre se evitó volver a la desdicha japonesa.
La existencia de armas nucleares no anuló la competencia en seguridad, si estableció un techo que obligó moderación en momentos de crisis; la instalación de misiles rusos en Cuba en 1962 y las amenazas recientes de escalada en la guerra en Ucrania. La extensión permanente de la OTAN y la reclamación rusa para defender los tratados. Hasta ahora Rusia y EEUU con el mayor número de cabezas nucleares (12.241) han mostrado conciencia de los riesgos y las consecuencias, trabajando en evitar ese posible resultado; la destrucción de la humanidad. Pero existen una situación frágil que puede cambiar en cualquier momento.
Las armas nucleares deberían hacernos sentir más y no menos seguros; más que nunca velar por hacer de nuestra permanencia en la Tierra como especie el aseguramiento por mucho tiempo.
La posibilidad de un conflicto entre grandes potencias es casi inimaginable. La guerra en Ucrania ha enfrentado a hora a la OTAN y Rusia. De no existir armas nucleares, probablemente EEUU habría intervenido directamente.
La ideología, el militarismo y la ilusoria búsqueda de la «superioridad estratégica» contribuyen a socavar las relaciones pacíficas entre las grandes potencias.
Al bombardear Irak, Libia y, recién Irán, mientras dejaba a Corea del Norte en paz, EEUU ha dejado entrever un claro mensaje: las armas nucleares te protegen, no tenerlas te hace vulnerable.
Al conmemorar el 80.º aniversario de los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki, es hora de disipar el mito de que podemos contar con la disuasión para evitar una guerra nuclear. La idea de que las potencias nucleares se verán disuadidas de iniciar una guerra nuclear debido a la amenaza de represalias y aniquilación mutua es fundamentalmente errónea. No habrá un después.